La libertad cristiana


person Autor: Tim HADLEY 1

flag Tema: Las dos naturalezas, la libertad cristiana


1 - «Cristo nos hizo libres para la libertad, manteneos firmes y no os sometáis de nuevo al yugo de servidumbre» (Gál. 5:1).

A menudo oímos hablar de la libertad cristiana, pero ¿cuál es la verdadera libertad cristiana? ¿Es la libertad de hacer lo que queremos? ¿Cuál es la base y dónde se encuentra esta libertad? ¿Cuáles son los obstáculos para ella?

En la Epístola a los Romanos (caps. 3-8), aprendemos que estamos liberados de la culpa del pecado, de la esclavitud de la Ley y del poder del pecado. La Epístola a los Gálatas (caps. 2-6) nos enseña que hemos muerto «a la Ley» y que «con Cristo» estamos crucificados (2:19-20); también nos dice que hemos «crucificado la carne» (5:24) y estamos crucificados al mundo (6:14). La verdadera libertad cristiana es la de la nueva naturaleza que ama obedecer y hacer la voluntad de Dios. Es cierto que la carne, si no se mantiene muerta, puede utilizar esta libertad como una autorización para hacer cualquier cosa, pero esto no es la verdadera libertad en Cristo. La verdadera libertad no plantea la pregunta: “¿Puedo hacer esto, o eso está permitido a un cristiano?”

El capítulo 14 de la Epístola a los Romanos demuestra lo que motiva la verdadera libertad. No es la libertad de hacer lo que yo quiera, sino primero, y ante todo, la libertad de hacer lo que mi Señor quiere que haga. En este capítulo encontramos la palabra «Señor» al menos 9 veces. La clave de la verdadera libertad cristiana radica en comprender que ya no me pertenezco a mí mismo y que he sido comprado con la preciosa sangre de Cristo (1 Cor. 6:19-20; 1 Pe. 1:18-19). Mi vida ya no es mía, ya no vivo para mí, sino para Aquel que me amó y se entregó por mí.

La segunda cosa que aprendemos en Romanos 14 es que mi libertad en Cristo no me ha sido dada para hacer lo que sirve a mis propios intereses, sino para que me sirva a edificar y fortalecer a otros (v. 13-23). La verdadera libertad cristiana no consiste en servirme a mí mismo y vivir a mi antojo. Aporta el auténtico gozo al poner a Jesús en primer lugar, a los demás después, y a en último.

2 - «Ahora bien, el Señor es el Espíritu; pero donde está el Espíritu del Señor, hay libertad» (2 Cor. 3:17).

Hemos visto que la verdadera libertad cristiana nos permite servir al Señor, no por temor y obligación, sino por gratitud y amor. Nos permite centrarnos en los demás y no en nosotros mismos.

El versículo que precede nos muestra dónde se encuentra la libertad. Se encuentra centrándose en la persona de Cristo. En el contexto de 2 Corintios 3, Pablo insiste en que Cristo es la llave del Antiguo Testamento. Muchos ven en este versículo 17 una clara declaración de la deidad del Espíritu Santo, pero lo que hay que destacar en este pasaje es que todos los «ejemplos» (1 Cor. 10:6, 11) o «sombra» (Hebr. 10:1) del Antiguo Testamento encuentran su cumplimiento en Cristo. Así que este versículo nos anima mostrando que allí donde se reconoce a Jesucristo como Señor, ¡hay libertad!

«Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Porque no habéis recibido espíritu de servidumbre para estar otra vez con temor; pero habéis recibido Espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!» (Rom. 8:14-15). Estos versículos nos recuerdan que el Espíritu Santo nos introduce a una vida de libertad. A cada uno de nosotros, nos dirige a la persona de Cristo (Juan 16:13-15). Al contemplarlo, nos transformamos en su imagen (2 Cor. 3:18) para que su luz en nosotros brille en el mundo perdido en el que vivimos (2 Cor. 4:1-7).

Pablo fue un maravilloso ejemplo de ello, como vemos en 2 Corintios 4 (v. 7-11). Vivía en la realidad de la verdadera libertad cristiana. Llevaba la muerte del Señor Jesús en su cuerpo, ¡para que la vida de Jesús se manifestara también en su cuerpo! Quería que este «vaso de barro» se rompiera para que la luz del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo pudiera verse a través de él. Esta es una libertad semejante a la de Cristo.

3 - «Hablad y obrad, como debiendo ser juzgados por la ley de la libertad» (Sant. 2:12).

La verdadera libertad cristiana no me permite hacer lo que yo quiera. Hemos visto que está ligada al deseo de vivir para Cristo y para los demás. ¡La encuentro y dispongo de ella cuando estoy ocupado con Cristo!

En el versículo antes mencionado, Santiago habla de «la ley de la libertad». El pensamiento sugerido aquí por la palabra ley es la fuerza de control o principio en actividad. En realidad, Santiago dice: Como cristiano no estáis bajo la ley de esclavitud, sino que estáis bajo el poder decisivo de la libertad.

La Ley (dada por Moisés) exigía a los judíos que amaran a su prójimo, pero no les daba la fuerza, y los condenaba si no lo hacían. Pero bajo la gracia nos es dada la fuerza para amar al prójimo. La expresión «hablad y obrad» se refiere a nuestras palabras y acciones, a lo que decimos y a nuestra conducta: ¡los dos deben estar de acuerdo! Cuando no es así, estamos infringiendo la ley de la libertad y esta falta será relevada en el tribunal de Cristo (1 Cor. 3:14-15; 2 Cor. 5:9-10). En Romanos 14:10-13, Pablo establece un paralelismo entre el tribunal de Cristo y la ley de la libertad, para motivarnos y recordarnos que la ley de la libertad debe regir nuestras vidas.

Pero, ¿qué impide que esta libertad sea vista en nuestras propias vidas y en nuestras asambleas locales? Santiago asocia la ley de la libertad con la Palabra de Dios (1:21-27). Para poner en práctica la Palabra, debemos guardarla en nuestro corazón para que nos sirva de guía en todos los aspectos o detalles de nuestra vida. Debe ser nuestra «certidumbre» (véase Prov. 22:21); es un instrumento eficaz para evitarnos ser influenciados por el mundo circundante. Al descuidar la Palabra de Dios, permitimos que el mundo dicte nuestros pensamientos y nuestra conducta. Pero seremos verdaderamente libres si miramos la ley perfecta de la libertad y perseveramos en ella, no siendo «oidor olvidadizo» sino «hacedor de la obra» (Sant. 1:25).