Índice general
La profecía
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1 - Profecía (1)
«Tenemos más firme la palabra profética, a la cual hacéis bien en estar atentos (como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro) hasta que el día amanezca y el lucero de la mañana se levante en vuestros corazones; sabiendo primero esto: Ninguna profecía de la Escritura se puede interpretar por cuenta propia. Porque jamás la profecía fue traída por voluntad del hombre, sino que hombres de Dios hablaron guiados por el Espíritu Santo» (2 Pe. 1:19-21).
No es el hombre quien puede predecir los acontecimientos futuros. Pero Dios tiene un vasto plan que se desarrolla a través de los tiempos y es el objeto de la profecía. Las Escrituras proféticas son dadas por Dios e inspiradas por Dios. Él ha revelado «su secreto a sus siervos los profetas» (Amós 3:7) y nos ha introducido en él. Podemos estar seguros de que recibiremos una rica bendición si hacemos caso a su palabra profética.
La profecía no se nos da para satisfacer nuestra curiosidad. Se nos ha dado para que sea una lámpara que ilumine nuestras almas, para que no quedemos a tientas en la oscuridad. A través de la «lámpara» profética podemos conocer la verdadera progresión de las cosas, el fin hacia el que convergen todas las cosas y los verdaderos principios morales que operan detrás de las apariencias.
La profecía revela el plan audaz y blasfemo del príncipe oculto de las tinieblas (el diablo), que manipula todo entre bastidores, reforzando su dominio sobre un mundo que rechaza a Cristo. Ella revela su verdadera identidad: «el gran dragón, la serpiente antigua» (Apoc. 12:9), el engañador, «homicida desde el principio» y el «padre de mentiras» (Juan 8:44). Poco a poco va revelando su incesante actividad y la de su formidable ejército de demonios, para llevar al mundo adorarle a través del «hombre de pecado» y a oponerse abiertamente a Dios (2 Tes. 2:3-4).
Es una gran bendición poseer la lámpara divina, que difunde sus rayos de luz penetrando en este mundo de pecado y confusión, para que podamos ver todo con claridad. ¡Qué alegría es tener la revelación de los pensamientos de Aquel que lo sabe todo, que está por encima de todo, y que realiza sus maravillosos planes para gloria de su Hijo!
2 - Profecía (2)
«Dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, que se propuso en sí mismo, para la administración de la plenitud de los tiempos, de reunir todas las cosas en Cristo, las que están en los cielos como las que están en la tierra» (Efe. 1:9-10).
Cristo es el centro del vasto y eterno plan de Dios, y su glorificación es la meta. El apóstol Pablo habla del «propósito eterno», formado antes de la fundación del mundo, que Dios ha cumplido en Cristo Jesús, nuestro Señor (Efe. 3:11). Revela lo que Dios «se propuso en sí mismo»: «reunir todas las cosas en Cristo». Todas las profecías en las páginas de la Biblia son parte de este gran plan.
Pero ninguna profecía debe ser considerada fuera de su contexto. Esto es lo que significa la frase: «Ninguna profecía de la Escritura se puede interpretar por cuenta propia» (2 Pe. 1:20). Una interpretación correcta requiere que cada profecía sea vista como parte de un todo, y a la luz del alcance general de la profecía. Si observamos este principio, la profecía tiene un efecto solemne y santificador en nuestras almas. Nos sitúa directamente ante Dios y ante su vasto plan para la glorificación de su Hijo Jesucristo, ante quien toda rodilla debe doblarse (Fil. 2:10).
Estudiemos, pues, la profecía con los corazones absortos en Cristo. El plan de Dios es que toda la gloria vuelva a su Hijo y que todos los que se levanten contra él sean aplastados. Si Cristo no ocupa un lugar en nuestros corazones, no podemos comprender verdaderamente la profecía de manera correcta, ni podemos conocer su pleno alcance. Un entendimiento correcto requiere que Cristo sea el objeto de las delicias de nuestras almas, y que todo orgullo y vanagloria sean dejados de lado por completo. Si Cristo ocupa su verdadero lugar en nuestros corazones, encontraremos un verdadero y sincero interés en el estudio de la profecía; experimentaremos una gran bendición al estudiarla, y podremos exponerla adecuadamente a otros para su propia bendición. «Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, exponiendo justamente la palabra de la verdad» (2 Tim. 2:15).
3 - Profecía (3)
«Bienaventurado el que lee y los que escuchan las palabras de la profecía, y guardan lo que en ella está escrito; porque el tiempo está cerca» (Apoc. 1:1, 3).
La luz de la profecía será una gran fuente de estímulo para el remanente fiel de Israel después del arrebato de la Iglesia. Durante la «gran tribulación» (Mat. 24:21), cuando pasen por terribles persecuciones y grandes angustias, serán sostenidos mientras esperan que el «sol de justicia» salga y traiga salvación «en sus alas» (Mal. 4:2). Esto marcará el comienzo del glorioso reino de mil años de Cristo (Apoc. 20:6).
Pero los cristianos tenemos otra esperanza. Es más consoladora. esperamos a Cristo –antes de que aparezca como «sol de justicia»– como la brillante Estrella de la Mañana, que anuncia el día (Apoc. 22:16). Mientras las tinieblas aún envuelven la tierra, antes del amanecer, Cristo aparecerá para tomar consigo a su Esposa celestial.
El estudio de la profecía revela la apostasía (abandono de la fe) y las terribles pruebas que seguramente y sin demora vendrán sobre este mundo a causa del pecado. Este estudio hace que la bendita esperanza de su regreso esté cada vez más presente en nuestros corazones; tendrá ese bendito e inmediato efecto si Cristo ocupa su lugar en nuestros afectos.
El estudio de la profecía también debería grabar profundamente en nuestros corazones el sentimiento de la grandeza y majestad de Dios. ¿Quién más tiene el derecho soberano de concebir sus propios planes y el poder absoluto de ejecutarlos? ¿Quién más puede declarar desde el principio el fin de las cosas, y eso con miles de años de antelación, con absoluta certeza, hasta el último detalle?
«Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero» (Is. 46:9-10).