Inédito Nuevo

Los muros de Jerusalén

Exhortación a la vigilancia y a velar cuidadosamente en la oración por la Asamblea de Dios — Isaías 62:6-9


person Autor: Alfred GUIGNARD 7

flag Tema: Vigilancia en la Asamblea de Dios


«Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra. Juró Jehová por su mano derecha, y por su poderoso brazo: Que jamás daré tu trigo por comida a tus enemigos, ni beberán los extraños el vino que es fruto de tu trabajo; sino que los que lo cosechan lo comerán, y alabarán a Jehová; y los que lo vendimian, lo beberán en los atrios de mi santuario» (Is. 62:6-9).

1 - Jerusalén, la ciudad elegida por Dios

Jerusalén, la ciudad donde Jehová había puesto su nombre, la única ciudad en la tierra, una ciudad bendita y preciosa para cada alma piadosa en Israel, para cada alma que amaba a Jehová. «Si me olvidare de ti», decía el salmista, «pierda mi diestra su destreza. Mi lengua se pegue a mi paladar, si de ti no me acordare; si no enalteciere a Jerusalén como preferente asunto de mi alegría» (Sal. 137:5-6). El Antiguo Testamento habla de esto una y otra vez. ¡Cuántas exhortaciones contiene sobre este lugar santo elegido por Jehová! Debían buscarla; debían venir y traer sus holocaustos, sus sacrificios, sus diezmos, sus votos y ofrendas voluntarias, los primogénitos de sus rebaños y manadas. Allí podían comer delante de Jehová y regocijarse, ellos, sus hijos, sus hijas, sus siervos y sus siervas, y el levita que estaba en sus puertas. También era allí donde debían llevar la cesta llena de las primicias de la buena tierra que Jehová les había dado. Comprendemos su tristeza cuando fueron llevados de Jerusalén a los ríos de Babilonia: «Allí nos sentábamos, y aun llorábamos, acordándonos de Sion. Sobre los sauces en medio de ella colgamos nuestras arpas» (Sal. 137:1-2). ¡Qué felices se sintieron cuando, tras 70 años de cautiverio, Jehová los llevó de regreso a Jerusalén! Estaban como los que sueñan, ¡tan grande era su felicidad!, que dicen: «Él es el que en nuestro abatimiento se acordó de nosotros» (Sal. 126).

2 - La ciudad santa para su pueblo separado

Necesariamente, tal ciudad tenía que estar enteramente separada de todo lo que era incompatible con la santidad y la majestad de Dios: solo había un pueblo redimido, un pueblo que conocía las maravillas de Jehová, que había pasado por las aguas del mar Rojo y del Jordán, que había tomado por fin posesión de la tierra prometida, que podía entrar y tener parte en ella. ¿Podían los incircuncisos pretender entrar en este recinto sagrado y compartir los privilegios del pueblo de Dios, el pueblo que debía «habitar solo» (Lev. 13:46) y no debía ser contado entre las demás naciones? Por eso esta ciudad sagrada estaba completamente rodeada de muros que la separaban del exterior y al mismo tiempo la protegían de todos los ataques de los enemigos de los alrededores.

3 - Reconstruir el muro en ruinas

Cuando estos piadosos judíos regresaron del cautiverio, reconstruyeron los muros que el enemigo había destruido y las puertas que se habían hundido en el suelo. Un celo sagrado los animaba: se levantaron y comenzaron a construir: «Venid», dijo Nehemías, «edifiquemos el muro de Jerusalén, y no estemos más en oprobio» (2:17). ¡Qué desgracia era que el pueblo de Dios se mezclara con las demás naciones! ¿Podría haber comunión entre la luz y las tinieblas, entre el mundo y la Casa de Dios? ¿Podían entrar libremente los que no tenían parte, ni derecho, ni memoria en la ciudad amada? No. Así que fortalecieron sus manos para hacerlo bien y se pusieron a trabajar, a pesar de las burlas y amenazas de sus enemigos. «El Dios de los cielos, él nos prosperará, y nosotros sus siervos nos levantaremos y edificaremos» (2:20), fue su respuesta.

4 - Las dificultades externas e internas

Pero construir no es fácil en medio de las ruinas; hay incesantes dificultades, muchos escombros que remover, pesadas cargas que llevar; hay que construir, a menudo con dificultad; y los enemigos están cerca, buscando sorprender a los trabajadores, de ahí la necesidad de tener la espada en la mano o ceñida a los lomos mientras se trabaja. Con todo esto, algunos, se nos dice, no doblaron la cerviz en el servicio del Señor: el orgullo, el egoísmo, el miedo al mundo, el poco corazón por la gloria de Dios, les hizo quedarse con los brazos cruzados en medio de los obreros, tal vez incluso culpándolos. ¡Qué vergüenza de hombres así! ¿Cómo podían pretender a la bendición, compartir a los privilegios del pueblo de Dios cuando no tenían energía para separarse del mundo y del mal?

5 - La necesidad de guardianes en el muro

Pero al final, a pesar de todo, los muros son levantados. Una gran obra está realizada; el pueblo podrá disfrutar de sus privilegios y adorar, separado del mundo, alrededor del altar de Jehová, construido en su sitio. Las naciones enemigas deben reconocer que esta obra ha sido realizada por el Dios de Israel: ¡Una buena recompensa para la fidelidad de este pobre remanente! ¿Pero los enemigos, se considerarán derrotados? No, tratarán de romper el muro o de introducirse furtivamente en la ciudad. Así, el pasaje que nos ocupa nos habla de los guardianes del lugar santo que Dios ha puesto en el muro. Gritan todo el día y toda la noche; ¡no se callan!

6 - La aplicación al pueblo celestial de Dios

¿No entiende usted, que forma parte del pueblo celestial de Dios? ¿No oye? ¿Es solo para el pueblo terrenal que se escribió esta sublime página? ¿No tiene Dios nada que decirnos en este pasaje? No más que cualquier otra porción de la Escritura, se «puede interpretar por cuenta propia» (2 Pe. 1:20).

Hace tiempo que los centinelas han dejado de hacer sonar sus voces en los muros de Jerusalén. A causa de su infidelidad, el enemigo ha entrado y ha vuelto a devastar todo. Jerusalén se ha convertido en un montón de ruinas, y Jehová, que durante mucho tiempo había habitado en medio de ella, ha abandonado a su pueblo; todo lo cual habla en voz alta de las consecuencias de la pereza espiritual, de la negligencia en el servicio de la oración.

7 - El lugar donde el Señor hace morar su nombre

Ahora bien, ¿no existe ya un lugar en la tierra donde podamos encontrarnos con Jehová?, el «Yo soy» del Antiguo Testamento, ¿un lugar donde podamos disfrutar de su presencia, adorarle y alegrarnos ante él? Ciertamente, existe ese lugar. Tal vez haya que buscarlo, tal vez haya dificultades en el camino de los que quieren llegar a él simplemente obedeciendo la Palabra; no importa, la obediencia unida a la fe superará todas las dificultades.

Querido redimido del Señor, ¿ha buscado usted, ha encontrado este lugar?

8 - La vigilancia de lo que entra en la ciudad santa

Pero no basta con haber encontrado el lugar en el que el Señor ha puesto su nombre y que nos separa del mundo; todavía es necesario ejercer una santa vigilancia, una vigilancia continua. Si los guardianes de los muros de Jerusalén tenían que gritar todo el día y toda la noche, cuánto más no deberíamos hacerlo nosotros hoy, pensando en la Asamblea. El enemigo no es menos temible hoy que en el pasado; siempre está vigilando las riquezas inestimables que están a nuestro cargo. Siempre está trabajando para introducir el mundo y los principios del mundo en la ciudad santa. Corremos el peligro de imitar a los que nos rodean y aprender sus costumbres.

9 - Solicitud y oraciones por la Asamblea de Dios

Es estando atentos y clamando al Señor todo el día y toda la noche que el muro de separación se mantendrá intacto. Cuánta necesidad tenemos de conocer esta solicitud que llenaba el corazón del apóstol Pablo por todas las asambleas. ¡Que también asedie nuestros corazones! El enemigo no puede acercarse cuando oye orar a un santo; nada lo pone en fuga como ver que nos dirigimos a quien lo ha vencido y ha triunfado sobre todo su poder. Es, además, nuestro único recurso. Por nosotros mismos, nada podemos hacer; pero lo podemos todo por medio de aquel que nos fortalece. Si cada redimido, en el lugar que le ha sido asignado, pudiera cumplir la función de guardián del lugar santo, ¡qué confusión para el enemigo y qué bendición en las asambleas! Gritemos, pues, «todo el día y toda la noche».

A causa de nuestra infidelidad, ¿no hay ya muchas brechas en el muro, y en la Asamblea muchas cosas que el enemigo ha logrado introducir y que son adecuadas para humillarnos? ¿No ve el Señor a alguien cerrando el muro y poniéndose en la brecha?

10 - La constancia en la oración: Jehová lo recuerda

Cómo me gusta esta expresión: «Vosotros que hacéis que Jehová se acuerde». ¡Qué Señor tenemos! ¿Podría olvidarse de nosotros? «¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti» (Is. 49:15). Las heridas de sus manos son un recuerdo constante de lo que le hemos costado, de lo que ha soportado por nosotros (Zac. 13:6). A pesar de ello, quiere que le hablemos constantemente de todos sus santos, de todas sus circunstancias; de todas sus asambleas y de todas sus necesidades. Qué gracia es estar invitado de esta manera a no callar, a no darle descanso, a hacerle «recordar» todas las cosas.

11 - Clamar al Señor

«Hasta que restablezca a Jerusalén». Así que no será para siempre; la lucha es solo por un tiempo; pronto nuestras oraciones habrán terminado. Los guardianes de los muros de Jerusalén debían gritar hasta que el Señor estableciera a Jerusalén y la convirtiera en una alabanza en la tierra. Debemos gritar hasta que la Iglesia sea reunida en la gloria; entonces dejaremos de gritar y veremos los resultados de nuestra fidelidad. El enemigo ya no podrá robarnos nuestras riquezas y nuestro gozo. Jehová ha prometido a su pueblo terrenal que podrá disfrutar en paz, en sus atrios, de todo aquello por lo que ha trabajado; y nosotros también, en el lugar santo, en la Casa del Padre, podremos disfrutar del fruto de nuestro trabajo: lo que ha sido hecho por el Señor aquí abajo, lo que se ha hecho por su Asamblea, es precioso para su corazón y no será perdido. Pero, ¡ay! ¿no debemos ver también los resultados de nuestra pereza? ¿No deberemos comprobar que otros han “tomado nuestra corona”? (Apoc. 3:11). Recordemos lo que es la Asamblea en el consejo de Dios, lo que ella es para el corazón de Cristo y lo que pronto será en la gloria, y clamemos por ella día y noche.

Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1924, página 81