Las circunstancias externas y la gracia interna


person Autor: Frank Binford HOLE 119


Extracto de las notas de una predicación

En las Escrituras se cuentan muchas historias notables sobre los santos. Las del Antiguo Testamento son a menudo instructivas en su aspecto típico. José, en su humillación y luego en su dominación y gloria, es uno de los tipos más completos de nuestro Señor Jesucristo. Pero todos estaremos de acuerdo en que no hay una historia más extraordinaria que la del apóstol Pablo. En 2 Corintios 11, encontramos una lista de sus sufrimientos y pruebas, cada una de ellas una gran prueba. Las circunstancias exteriores estaban todas en su contra; pero en 2 Corintios 12, vemos que recibió tal gracia interior en compensación, que bien valió la pena haber pasado por ellas.

La lectura de la epístola, nos lleva a un recorrido geográfico. Comenzamos en Asia, en 2 Corintios 1, donde Pablo recuerda la gran revuelta registrada en Hechos 19. La predicación de Pablo en Éfeso fue una demostración tal del Espíritu y de poder, que las prácticas satánicas fueron derribadas; el diablo, furioso, agitó a sus siervos. En 2 Corintios 11:23, Pablo dice que está «en peligro de muerte muchas veces», y esta fue una de esas ocasiones. Dios intervino para liberarlo, pero este episodio saca a relucir por su propia experiencia lo que era la «sentencia de muerte» (2 Cor. 1:9). Se daba cuenta de que era un hombre muerto, y toda confianza en sí mismo desaparecía.

Hechos 20:1 registra que cuando la revuelta se calmó, Pablo partió hacia Macedonia, pero no se menciona su parada en Troas durante el viaje, que se registra en 2 Corintios 2:12. Allí se encontró en circunstancias muy diferentes, pero no escapó a la prueba.

Las circunstancias exteriores eran apacibles, pero él experimentaba una lucha interna. Había escrito su Primera Epístola a los Corintios y debía reunirse con Tito en Troas, quien debía informarle del efecto que la carta había tenido en ellos. Tito no se había presentado, y su ansiedad por ellos era tal que no tenía descanso en su mente. Después de los peligros exteriores de Éfeso, se vio sumido en una angustia interior, de modo que no pudo servir al evangelio en Troas. Esta angustia interior fue tan decisiva en sus efectos como la exterior: la una le hizo abandonar apresuradamente Éfeso, la otra, Troas.

Pasamos a 2 Corintios 7:5, y encontramos a Pablo en Macedonia, donde seguía en vilo, esperando la llegada de Tito. Después de salir de Troas, en lugar de mejorarse, las cosas fueron de mal en peor, pues dice: «Nuestra carne no tuvo reposo, sino que de todas maneras estábamos afligidos». En Éfeso, el trastorno era exterior; en Troas era interior; pero en Macedonia estaba en todas partes. Era como si Éfeso y Troas estuvieran reunidas en una sola, cuando dijo: «Por fuera luchas, por dentro temores».

Nos detenemos un momento para reflexionar sobre el hecho de que nuestras circunstancias son muy diferentes hoy en día. Desde hace más de dos siglos, la persecución en Gran Bretaña ha sido escasa o nula, por lo que casi deberíamos invertir la afirmación y decir que tenemos afuera temores y dentro luchas porque nos hemos vuelto apáticos. Si estuviéramos más acosados por el mundo exterior, estaríamos menos inclinados a pelear por dentro.

En Macedonia, sin embargo, los temores de Pablo se disiparon con la llegada de Tito, que tenía buenas noticias sobre el estado de arrepentimiento de los corintios tras su carta, por lo que tuvo libertad para examinar el estado de las cosas entre ellos. Por tanto, nuestros pensamientos se dirigen a Acaya, la provincia donde se encontraba Corinto, aunque el propio Pablo no estaba allí.

Aunque hubo alguna mejora, la situación en Corinto seguía siendo poco brillante. A propósito de la colecta para los santos necesitados, había empezado bien, pero no se había completado, y los macedonios, que eran mucho menos ricos en bienes materiales, los habían superado. El apóstol siempre temió que sus pensamientos fueran corrompidos y desviados de la simplicidad en cuanto a Cristo, por la actividad de hombres que no eran verdaderos discípulos y siervos del Señor. No duda en utilizar un lenguaje fuerte contra estos hombres. Eran «falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo» (2 Cor. 11:13).

Estos hombres engañosos se exaltaban por encima de los santos. Cuando Pablo escribe: «Si alguno os esclaviza, si os devora, si se aprovecha de vosotros, si os trata con altivez, si os da de bofetadas» (2 Cor. 11:20), describe exactamente lo que estos falsos apóstoles estaban haciendo. En cambio, le lleva a relatar sus propias experiencias (v. 23-33), ¡y qué contraste!

Ahora, dejamos a Acaya en mente y nos adentramos en ese circuito «desde Jerusalén y todo su alrededor hasta Ilírico», al que Pablo se refiere en Romanos 15:19. Las pruebas, los problemas y los desastres parecían amontonarse sobre él como montañas. Cinco veces, fue golpeado por los judíos con 40 golpes, menos uno: 195 golpes en cinco ocasiones. Tres veces, golpeado con varas, aparentemente por los de las naciones. Una vez, apedreado –eso fue en Listra. Naufragó tres veces, y cuando escribió aún no había sido hecho prisionero y enviado a Roma, por lo que el naufragio registrado en Hechos 27 debió ser al menos el cuarto. Uno de los naufragios fue tan grave que durante un día y una noche fue arrastrado por el mar. Todo esto fue suficiente para matar a la mayoría de los hombres, pero eso no fue todo.

Había cosas que afectaban a su mente, como estas habían afectado a su cuerpo. Había «la solicitud por todas las iglesias». Los débiles, los ofensores y los ofendidos; esto lo presionaba a diario. Las asambleas no eran pequeños paraísos, ni siquiera cuando Pablo estaba en ellas. Con demasiada frecuencia, hoy en día, cuando algunos descubren que algo está mal en una asamblea, la abandonan. Pablo no se marchó, sino que trató de hacer frente a las dificultades con la oración.

Para concluir la lista de estas circunstancias exteriores, el apóstol nos lleva a Damasco. Creemos que el incidente que menciona ocurrió al final de su segunda visita a esa ciudad, que menciona en Gálatas 1:17. En cualquier caso, ocurrió al principio de su historia. El cesto debía ser grande para que cupiera un hombre adulto, ¡el tipo de cesto que se ve a menudo lleno de ropa sucia! Unos años antes era el más orgulloso de los fariseos de Jerusalén, ¡y ahora lo bajan de esta manera! Él mismo escribe: «Fui descolgado por la pared en un canasto». Sí, pero fíjese en el contraste que se produce en los siguientes versículos (2 Cor. 12). El hombre que fue bajado en la tierra es «arrebatado» al tercer cielo.

Pero fíjese en cómo habla de sí mismo en este sentido. Su propio nombre, Saulo o Pablo, desaparece por completo y es simplemente «un hombre en Cristo», una descripción que se aplica a todo verdadero creyente. Es un hombre que tiene una nueva vida, de una nueva fuente –no de Adán, sino de Cristo– y que, en el poder de esa vida, está ante Dios en una nueva posición, la misma posición de Cristo. En el tercer cielo, que es el Paraíso, se le concedieron abundantes revelaciones, y escuchó palabras inefables, que no podían ser comunicadas aquí abajo.

Se dice que solo en África hay unas 700 lenguas o dialectos; la Biblia está traducida parcial o totalmente en casi 3.500 idiomas en el mundo; pero ninguna de ellas permitiría a Pablo comunicar a los demás lo que le fue revelado. Hasta que no tenemos la cosa o la idea, la palabra para describirla no es útil. Si alguien hubiera inventado la palabra «avión» en el reinado de Isabel I, esa palabra no podría haber definido entonces lo que nos describe hoy en el reinado de Isabel II. Así que Pablo fue introducido en un dominio para el que no tenemos palabras.

Sin embargo, a Pablo se le habían confiado revelaciones que podía revelar, y de hecho lo hizo, como el misterio relativo a Cristo y a la Asamblea, al que alude en Efesios 3:3, y el relativo al arrebato de los santos, del que habla en 1 Corintios 15:51, y 1 Tesalonicenses 4:15-17. Lo que podemos concluir de estas inefables revelaciones es que le fueron dadas a Pablo personalmente, como una abundancia de gracia interior y espiritual para sostenerlo en las excepcionales pruebas que tuvo que afrontar.

Pero cuando Pablo volvió a las circunstancias terrenales, la prueba se le vino encima. La carne en él no había sido eliminada por su estancia en el tercer cielo. Sus tendencias al orgullo y a la exaltación de sí mismo seguían siendo las mismas, por lo que se le dio una «espina en la carne». Entendemos que la palabra «espina» no es lo suficientemente fuerte, aunque recordamos haber visto espinas de mimosa en Sudáfrica que tenían 15 centímetros de largo y eran tan duras como la madera más dura. La palabra griega significa una estaca afilada. Se trataba de la disciplina preventiva de Dios, que no sabemos en qué consistía exactamente y que no necesitamos conocer. Era un «mensajero de Satanás», enviado por Dios, además de todas las pruebas que le llegaron del mundo perseguidor y de los fallos de los santos.

Aunque oró tres veces para que le sea quitada, ella permaneció, pero se convirtió en la ocasión de una nueva seguridad de un abundante suministro de gracia interior a través de estas imperecederas palabras: «Mi gracia te basta; porque mi poder se perfecciona en la debilidad». No es solo gracia, sino mi gracia; no es solo poder, sino mi poder. La inmensidad de la gracia y el poder solo puede medirse por la plenitud divina y eterna de Aquel que es él mismo la fuente de dicha gracia y poder. En presencia de esta grandeza, qué pequeño era Pablo, llamado «te», y qué más pequeños somos nosotros. Hay una infinidad de gracia y poder con nuestro Señor. Llevaron a Pablo hasta el final y le permitieron afrontar el martirio que le esperaba, como vemos en 2 Timoteo 4:6-8.

Así que tengamos valor, hermanos, y estemos seguros de que, si las circunstancias externas nos ponen a prueba, hay una abundancia de gracia y fuerza en nuestro interior para hacer que las atravesemos. Cuando lleguemos a la gloria, al cielo, todos diremos que no habríamos querido perdernos ninguna de las pruebas que fueron la ocasión para que esa gracia y ese poder se derramaran sobre nosotros. En nuestras circunstancias terrenales podemos estar «abatidos» como Pablo, pero cuando nuestro Señor venga, seremos «arrebatados» para estar con él y con Pablo.

(Extractado de la revista «Scripture Truth», Volumen 38, 1953-5, páginas 97)


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