Proverbios 9:1
«La sabiduría edificó su casa, labró sus siete columnas»
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La sabiduría no tiene su origen, su fuente en la creación del mundo o del hombre, sino en Dios. Es uno de los temas esenciales de los primeros 8 capítulos de Proverbios. Clama desde las cimas de las montañas, en los cruces de los caminos y en las puertas, solicitando atención, invitando a recibir la instrucción (Prov. 1:20-21 y 8:1-2).
A partir del versículo 12 de Proverbios 8, la sabiduría es personificada y su preexistencia en relación con la tierra se enfatiza. La tierra, toda la creación, da testimonio de la sabiduría divina, que pertenece a la naturaleza divina que es de toda eternidad. Desde antes de los orígenes de la tierra, antes del comienzo del polvo del mundo, la sabiduría personificada se regocijaba en la parte habitable de su tierra, sus delicias ya estaban en los hijos de los hombres (Prov. 8:22-31).
Esta sabiduría está activa, edifica. La primera mención está en Génesis 2:22: Jehová formó (construyó, edificó) a la que es hueso de los huesos y carne de la carne de Adán (identidad de naturaleza), una figura elocuente y bien conocida de Cristo y de su Iglesia, su Asamblea.
La evocación de las siete columnas ¿no puede ser vista bajo diferentes aspectos?
Por un lado, el de los siete caracteres espirituales que tiene (o debería tener) la Asamblea, a saber:
1) El Señor, único fundamento, roca sobre la cual está construida la Asamblea. Es la obra del Señor. El hombre no interviene de ninguna manera. «Sobre esta Roca edificaré mi Iglesia» (Mat. 16:18).
2) La Palabra, única guía para su realización práctica, único alimento espiritual para las almas que la constituyen.
3) El Espíritu Santo, único poder operacional y guía que excluye cualquier pre-organización humana en cuanto a la actividad espiritual de la vida de Asamblea.
En esto (El Señor, su Palabra y el Espíritu Santo), tenemos el cordón de tres dobleces que no se rompe pronto (Ecl. 4:12). La realización de esta triple base (la presencia del Señor, su Palabra que nos alimenta y nos guía, y la acción del Espíritu Santo que la aplica a nuestros corazones y guía nuestra conducta) constituye un trípode que nunca se tambalea.
Este precioso cordón de tres dobleces es objeto de una promesa al pueblo de Dios ya en Hageo 2:4-5: «Yo estoy con vosotros, el pacto (o la palabra) ... y mi Espíritu estará en medio de vosotros, no temáis».
4) La Mesa del Señor: sobre esta segura base triple, inquebrantable, puede entonces tener lugar la Mesa del Señor y la celebración de la Cena del Señor, en su mesa cada primer día de la semana. El pasaje de Hechos 20:7 establece que la Cena del Señor se celebre el domingo, cada domingo en su Mesa y en un mismo lugar (Hec. 2:44).
Por lo tanto, no es una celebración ocasional, ni un día laborable, ni en cualquier lugar, como tampoco itinerante (Deut. 12:5).
Es intencional que haya evocado la mesa del Señor en el centro de los 7 puntos mencionados. Es allí donde se han encontrado la misericordia y la verdad, donde se besaron la justicia y la paz (Sal. 85:10). Todo el propósito divino converge hacia esta obra y todo su cumplimiento resulta de ella.
5) La santidad corresponde a tu casa, oh Jehová (Sal. 93:5). El que nos llamó es santo y tales sois vosotros (1 Cor. 3:17). Si nuestra santidad “posicional” nos está asegurada en el que «nos fue hecho sabiduría por parte de Dios, y justicia, y santificación, y redención» (1 Cor. 1:30), nuestra santidad práctica, en cambio, nunca está adquirida y requiere un ejercicio permanente (1 Pe. 1:15). Que el Señor nos haga sensibles a esto.
6) La gloria del Señor está comprometida en la casa, ya en la tierra. La fama de una casa reside en su dueño. ¿Somos realmente sensibles a todo lo que sería en deshonor en su casa, ya se trate de nuestros modales o de nuestras disposiciones? Llegará el día en que el Señor será glorificado en sus santos, admirado en todos los que creyeron (2 Tes. 1:10). Que nos preserve de ser contados entre los que saltan la puerta de su morada (Sof. 1:9), pero entre los que son conscientes de que en su casa todo dice: ¡Gloria! (Sal. 29:9).
7) La venida del Señor: la bendita esperanza, la expectativa de su regreso. Es el término de la fe que da paso a la vista. Es sorprendente que el primer «pronto» pronunciado bajo la ley (Deut. 4:26) se refiera a una sentencia de muerte, mientras que el último «pronto» pronunciado tres veces por el Señor en Apocalipsis 22:7, 12 y 20 se refiere a la entrada en el disfrute de Su presencia, en vida eterna. Y esta gloriosa salvación está más cerca de nosotros que cuando creímos (Rom. 13:11).