CONFESAR

Yadah (3034, יָדָָה) «confesar, alabar, agradecer». Esta raíz, que muchas veces la RVR traduce «confesar» o «confesión», a menudo tiene también la acepción de «alabar» o «dar gracias». A primera vista, estos significados no parecen tener ninguna relación. Pero, si ahondamos un poco más nos daremos cuenta de que estos significados se interpretan mutuamente.

Los significados de yadah coinciden en parte con varios vocablos hebreos que significan «alabanza», como es el caso con halal (del cual proviene aleluya). A veces, los objetos de yadah son seres humanos, pero es mucho más común que el objeto sea Dios.

El contexto suele ser la adoración pública en la que los adoradores afirman y renuevan su relación con Dios. El sujeto no es, en primera instancia, el individuo aislado, sino la congregación. Particularmente en los himnos y acciones de gracias de los Salmos es evidente que yadah es un recuento y consiguiente acción de gracias a Jehová por sus grandes obras de salvación.

La afirmación o confesión de la inmerecida bondad de Dios dramatiza la indignidad del ser humano. De ahí que una confesión de pecado puede articularse con el mismo aliento que una confesión de fe o expresión de alabanza y gratitud. Esta confesión no es un catálogo moralista y autobiográfico de pecados cometidos (infracciones individuales de un código legal), sino más bien una confesión de la pecaminosidad fundamental en que toda la humanidad está sumergida, separándonos de un Dios santo. Aun por sus juicios, que despiertan en nosotros arrepentimiento, Dios debe ser alabado (p. ej. Sal. 51:4). Así que nadie debe sorprenderse de encontrar alabanzas en contextos penitenciales y viceversa (1 Reyes 8:33ss; Neh. 9:2ss; Dan. 9:4ss). Si la alabanza inevitablemente trae consigo la confesión de pecado, lo contrario también es cierto. La palabra segura de perdón provoca la alabanza y acción de gracias del confesante. Estas expresiones brotan casi automáticamente del nuevo ser de la persona arrepentida.

A menudo el objeto directo de yadah es el «nombre» de Jehová (p. ej., Sal. 105:1; Isa. 12:4; 1 Cr. 16:8). En un sentido, esta expresión sencillamente es sinónima de alabar a Jehová. Sin embargo, hay otro sentido en que ello introduce toda la dimensión de lo que el «nombre» evoca en el lenguaje bíblico. Nos hace recordar que una humanidad pecaminosa no puede aproximarse a un Dios santo. Únicamente lo podrá hacer por su «nombre», esto es su Palabra y reputación que es un anticipo de la encarnación. Dios se revela solo en su «nombre» y particularmente en el santuario que Él ha escogido para «poner en él su nombre» (una frase que es muy frecuente, sobre todo en Deuteronomio).

El panorama de yadah se extiende tanto vertical como horizontalmente; verticalmente hasta abarcar a toda la creación y extendiéndose horizontalmente en el tiempo hasta aquel día en que la adoración y la acción de gracias serán eternas (p. ej. Sal. 29; 95:10; 96:7-9; 103:19-22).

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