Ayuda al estudio de Esdras


person Autor: Eugen Paul VEDDER 3

library_books Serie: Ayuda al estudio de la Palabra de Dios


1 - Capítulo 1-2: Ir y dar

«Entonces se levantaron los jefes de las casas paternas de Judá y de Benjamín, y los sacerdotes y levitas, todos aquellos cuyo espíritu despertó Dios para subir a edificar la casa de Jehová, la cual está en Jerusalén. Y todos los que estaban en sus alrededores les ayudaron con plata y oro, con bienes y ganado, y con cosas preciosas, además de todo lo que se ofreció voluntariamente» (Esdras 1:5-6).

Ciro proclamó que Jehová, el Dios de Israel, le ordenó que le construyera una casa en Jerusalén. Él, el rey de Persia, lo reconoció como Dios. Luego dio permiso a todos los que pertenecían al pueblo de Dios para ir y reconstruir el templo; también ordenó a todos los que no van de ayudar a los que van: les dieron plata, oro, bienes, ganado y ofrendas voluntarias para la casa de Dios.

Los líderes de los israelitas, y «todos aquellos cuyo espíritu despertó Dios», emprendieron su viaje. Sin duda, muchos de los israelitas habían deseado durante mucho tiempo el día en que pudieran volver a su tierra natal y reconstruir el templo. Otros entre el pueblo los alentaron, ofreciendo voluntariamente de sus posesiones para proporcionar los materiales y provisiones que se necesitarían para esta enorme empresa.

Mientras el Señor construye hoy su Iglesia con piedras vivas, también emplea a hombres y mujeres para este propósito. No necesitamos ir muy lejos para buscar los materiales y construir sobre el único fundamento de la Iglesia, que es Jesucristo. ¡Bendito sea Dios por cada uno de los que participan activamente en esta construcción! Cuando llegue el momento, el Señor los recompensará ricamente.

Cada uno de nosotros puede participar en esta obra espiritual de edificación. Nadie está exento de ello. Algunos trabajan con celo, pero todos podemos ayudar a través de la oración. Dios ha confiado a algunos recursos financieros; estos tienen el privilegio de usar sus bienes para apoyar a los que trabajan. Incluso las «dos pitas» de la viuda no eran demasiado pequeñas para que el Señor haga el elogio (Marcos 12:42).

2 - Capítulo 3: La construcción del altar

«Cuando llegó el mes séptimo, y estando los hijos de Israel ya establecidos en las ciudades, se juntó el pueblo como un solo hombre en Jerusalén. Jesúa… y sus hermanos los sacerdotes, y Zorobabel… y sus hermanos, y edificaron el altar del Dios de Israel, para ofrecer sobre él holocaustos, como está escrito en la ley de Moisés… Y colocaron el altar sobre su base… y ofrecieron sobre él holocaustos a Jehová… Celebraron asimismo la fiesta solemne de los tabernáculos» (Esdras 3:1-4).

Tan pronto como llegaron a Jerusalén, los israelitas que habían regresado del cautiverio dieron dones para que la casa de Dios pudiera ser reconstruida (v. 7), y luego cada uno se fue a vivir a su propia ciudad. Pero en el séptimo mes se reunieron en Jerusalén, como Dios les había pedido que hicieran. Se reunieron ¡«como un solo hombre»! ¡Qué gozo sería si todos los hijos de Dios hoy, donde viven, desearan reunirse alrededor del Señor de esta manera!

¿Qué debían hacer estos hombres ahora de vuelta a Jerusalén? Los jefes toman la iniciativa. Junto con sus hermanos, se levantan y construyen el altar; luego ofrecen holocaustos. El altar es construido según las instrucciones de la Ley de Moisés, hombre de Dios. De la misma manera, Dios nos ha dado instrucciones en su Palabra sobre cómo adorar, y espera que las sigamos.

Empezaron a edificar el altar temiendo la reacción de sus vecinos, y pronto se encontraron con una fuerte oposición por parte de ellos. ¿Cómo hacer entonces? Continúan trabajando, y mientras trabajan, sacrifican holocaustos a Jehová. Comienzan con los holocaustos regulares de la mañana y de la tarde, que son para Dios recordatorios constantes de la obra del Señor Jesús. Observan la fiesta de los tabernáculos, ofreciendo el número de sacrificios que Dios había especificado en la Ley para cada día. Ofrecen el holocausto continuo y los sacrificios para todas las fiestas solemnes. Todo esto se hace a la vista de todos los que pasan, ya que los cimientos del templo aún no han sido puestos. ¡Qué poderoso testimonio debe haber sido para todas esas naciones!

¿Apreciamos nuestro altar, que es Cristo, y venimos «para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios» a través de él (1 Pe. 2:5)?

«Ofrezcamos, pues, por medio de él, un continuo sacrificio de alabanza a Dios, es decir, el fruto de labios que confiesa su nombre» (Hebr. 13:15).

3 - Capítulo 3: Las lágrimas y los gritos de alegría

«Y todo el pueblo aclamaba con gran júbilo, alabando a Jehová porque se echaban los cimientos de la casa de Jehová. Y muchos de los sacerdotes, de los levitas y de los jefes de casas paternas, ancianos que habían visto la casa primera, viendo echar los cimientos de esta casa, lloraban en alta voz, mientras muchos otros daban grandes gritos de alegría. Y no podía distinguir el pueblo el clamor de los gritos de alegría, de la voz del lloro» (Esdras 3:11-13).

Finalmente, ¡el momento ha llegado! ¡Los cimientos del nuevo templo están a punto de ser puestos! Los jefes, Zorobabel y Jesúa, el resto de los sacerdotes y de los levitas, y todos los que habían regresado a Jerusalén están ahora listos para comenzar la reconstrucción del templo que había sido destruido muchos años antes. Los levitas de más de veinte años están encargados de supervisar este trabajo (v. 8). Los hermanos más jóvenes también tienen una parte de responsabilidad en la obra del Señor.

Y todo el pueblo está entusiasmado, y todos están allí: los sacerdotes, los levitas, los cantores con los címbalos para alabar a Jehová, según el mandamiento de David, rey de Israel, y todo el pueblo. Cantan, respondiéndose, alabando y dando gracias a Jehová: «Porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia sobre Israel» (v. 11). ¡Qué alegría también para el corazón del Señor ver a su pueblo cantando juntos hoy mientras trabajan juntos!

Pero, entre los hijos de Israel, los sentimientos estaban divididos. El gran grito de alegría, porque la construcción había comenzado finalmente, estaba mezclado con mucho llanto. Entre los hombres de mayor edad, muchos habían visto el templo en su gloria –el magnífico templo construido por Salomón. ¡Qué contraste con el edificio que acababa de empezar ahora! Cuando comparamos el maravilloso comienzo de la Iglesia descrito al principio del libro de los Hechos con lo que vemos hoy en día, nosotros también tenemos muchas razones para llorar. Pero regocijémonos y agradezcamos a Dios todo lo que su gracia aún obra hoy en día cuando estamos dispuestos a simplemente reunirnos alrededor del Señor con el deseo de obedecer su Palabra.

4 - Capítulo 4: La ayuda denegada

«Oyendo los enemigos de Judá y de Benjamín que los venidos de la cautividad edificaban el templo de Jehová Dios de Israel, vinieron a Zorobabel y a los jefes de casas paternas, y les dijeron: Edificaremos con vosotros, porque como vosotros buscamos a vuestro Dios… Zorobabel, Jesúa, y los demás jefes de casas paternas de Israel dijeron: No nos conviene edificar con vosotros casa a nuestro Dios, sino que nosotros solos la edificaremos… Pero el pueblo de la tierra intimidó al pueblo de Judá, y lo atemorizó para que no edificara. Sobornaron además contra ellos a los consejeros» (Esdras 4:1-5).

¡La construcción del templo de Jehová ha comenzado! Ahora los pueblos vecinos, los enemigos del pueblo de Dios, vienen a los líderes de los judíos y les piden que les permitan construir con ellos. «Buscamos a vuestro Dios, y a él ofrecemos sacrificios», dicen (v. 2). ¿Era esto realmente cierto? Dios nos habla del origen de estos samaritanos en 2 Reyes 17. El rey de Asiria había llevado cautivos a los habitantes del reino de las diez tribus y los había reasentado en las ciudades de Asiria y Media. Los reemplazó con cautivos de otras naciones a los que había derrotado. Esta gente que había venido a habitar en la tierra de Israel adoraba varios ídolos y no temía a Jehová. Así que Jehová envió leones entre ellos (v. 25) –haciéndoles saber que Él era el verdadero Dios. El rey de Asiria ordenó entonces a los sacerdotes de Israel que les enseñaran algunos ritos, algunas costumbres «del dios del país» (v. 27). Estos extranjeros empezaron a temer a Jehová al mismo tiempo que servían a sus ídolos. Dios permite que la tierra de Israel sea ocupada por extranjeros, pero no acepta tal adoración. No compartirá su gloria con otro (Is. 42:8). Le había dicho claramente a su pueblo que lo adoraran solo a él y que no temieran a otros dioses.

Al regresar del cautiverio, los conductores del pueblo de Dios rechazaron con razón la ayuda ofrecida por estos extranjeros establecidos en el país. ¿Cómo pueden creyentes e incrédulos construir algo juntos para la gloria de Dios? Estos pueblos enemigos muestran entonces sus verdaderas intenciones. Inmediatamente, hacen todo lo posible para impedir el trabajo de reconstrucción del templo. Incluso escriben una carta al rey de Persia, haciendo falsas acusaciones contra los judíos. Vemos que este odio reciproco entre judíos y samaritanos continúa incluso en los días de nuestro Señor Jesús.

5 - Capítulo 5: Un nuevo comienzo

«Profetizaron Hageo y Zacarías hijo de Iddo, ambos profetas, a los judíos… en el nombre del Dios de Israel… Entonces se levantaron Zorobabel hijo de Salatiel y Jesúa hijo de Josadac, y comenzaron a reedificar la casa de Dios que estaba en Jerusalén; y con ellos los profetas de Dios que les ayudaban… Y los ancianos de los judíos edificaban y prosperaban, conforme a la profecía del profeta Hageo y de Zacarías hijo de Iddo» (Esdras 5:1-2; 6:14).

En un intento de impedir la reconstrucción del templo, los enemigos de los judíos habían escrito acusaciones contra la ciudad de Jerusalén al rey de Persia. El propio rey respondió, ordenando que no se construyera la ciudad. Fortalecidos por esta carta, los enemigos detuvieron rápidamente la construcción del templo por la fuerza. Este triste estado de cosas duró hasta el segundo año del rey Darío.

En ese momento, Dios levantó dos profetas –Hageo y Zacarías– para hablar al pueblo en su nombre. Hageo, el primero, comenzó a profetizar, y unos dos meses después se le unió el joven profeta Zacarías. Hageo llama la atención sobre el hecho de que Dios no está satisfecho cuando ve al pueblo concentrado en construir casas hermosas para sí mismos, mientras que su templo permanece devastado. «Meditad sobre vuestros caminos», les dice Dios, instándoles a construir su templo (Hag. 1:4-5). Dios revela sus caminos a Zacarías y a través de él al pueblo también, finalmente dando muchas preciosas promesas sobre el Mesías, el Señor Jesús. Las profecías dadas por Hageo y Zacarías incitaron a los gobernantes de los judíos a recomenzar a construir el templo, y a estos dos profetas se les atribuye el haberles ayudado. Nosotros también debemos «obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hec. 5:29).

Cuando el pueblo comienza a actuar de acuerdo a los mensajes que Dios les ha enviado a través de estos profetas, los enemigos escriben a Darío, el nuevo rey, y le informan de las palabras y acciones de los judíos. Dios entonces «inclina» el «corazón» de Darío (véase Prov. 21:1) para decirles que da a los judíos su total acuerdo y apoyo para la reconstrucción.

6 - Capítulo 6: La alegría de la dedicación

«Esta casa fue terminada el tercer día del mes de Adar, que era el sexto año del reinado del rey Darío. Entonces los hijos de Israel… hicieron la dedicación de esta casa de Dios con gozo. Y ofrecieron en la dedicación de esta casa de Dios cien becerros, doscientos carneros y cuatrocientos corderos; y doce machos cabríos en expiación por todo Israel, conforme al número de las tribus de Israel» (Esdras 6:15-17).

El decreto del rey Darío ordenando la reconstrucción del templo tuvo el efecto deseado. Los enemigos de los judíos obedecen el mandamiento de no interferir en la obra, y durante los siguientes cuatro años, los judíos construyen y prosperan, y completan la construcción del templo.

A continuación, la dedicación de esta «casa de Dios», un término utilizado en el Antiguo Testamento para designar un edificio material. El Nuevo Testamento no llama a tal edificio una casa de Dios. Más bien, un pasaje de Hechos 17 dice que Dios, «siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por mano de hombre» (v. 24). Pero todos los creyentes en el Señor Jesucristo son vistos como formando ahora «la casa de Dios (que es la Iglesia del Dios vivo), columna y cimiento de la verdad» (1 Tim. 3:15). Este edificio espiritual... «crece hasta ser un templo santo en el Señor… para morada de Dios en el Espíritu» (Efe. 2:21-22).

El número de sacrificios ofrecidos para la dedicación del templo reconstruido es pequeño comparado con los 22.000 toros y las 120.000 ovejas ofrecidos en la dedicación del templo de Salomón. Pero hay una verdadera alegría entre el pueblo, y las cosas se hacen «conforme a lo escrito en el libro de Moisés» (Esd. 6:18). Ofrecen cien toros, doscientos carneros, cuatrocientos corderos, y «doce machos cabríos en expiación por todo Israel, conforme al número de las tribus de Israel». Así ofrecen por ellos mismos, por los que aún están en Babilonia, e incluso por las diez tribus que fueron cautivas hace mucho tiempo. ¡Qué importante es, para nosotros también, no reservar nuestros pensamientos y nuestras oraciones solo a nuestro pequeño grupo, sino extenderlos a toda la Iglesia, la Casa de Dios en la tierra!

7 - Capítulo 7: Un nuevo trabajo de corazón

«Esdras subió de Babilonia. Era escriba diligente en la ley de Moisés, que Jehová Dios de Israel había dado; y le concedió el rey todo lo que pidió, porque la mano de Jehová su Dios estaba sobre Esdras… Y llegó a Jerusalén en el mes quinto del año séptimo del rey… Porque Esdras había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos» (Esdras 7:6, 8, 10).

Llegamos a una nueva parte del libro de Esdras. Un nuevo rey está en el trono, Artajerjes, hijo del esposo de Ester. Han pasado casi 60 años desde el regreso de los primeros cautivos que fueron deportados a Babilonia, y unos 40 años desde la finalización de la reconstrucción del templo. Aparece un nuevo siervo de Jehová, con una nueva obra de corazón. Este sirviente es Esdras, un sacerdote y escriba, un hombre cuyos ancestros habían permanecido en Babilonia en los días de Ciro.

¡Qué gran ejemplo nos da Esdras! Había «preparado su corazón para buscar la ley del Señor, y para hacerla, y para enseñarla». Complacer al Señor es ante todo una cuestión de corazón. «Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos» (Prov. 23:26). Hay que buscar la voluntad de Dios para hacerla. Solo cuando la hayamos descubierto y la hagamos estaremos en condiciones de enseñarla a los demás.

Como sacerdote y escriba experimentado, Esdras tenía acceso a la Ley de Moisés y podía leerla. Años antes, Moisés había confiado la Ley a los sacerdotes, ordenándoles, a ellos y a los ancianos, que convocasen al pueblo cada siete años para leérsela (Deut. 31:9-13). ¡Qué privilegio es tener nuestras propias Biblias y poder leerlas nosotros mismos! Mucha gente es mucho menos privilegiada.

Esdras está listo para ir a Jerusalén y anima a otros a unirse a él. Jehová le permite encontrar favor a los ojos del rey.

8 - Capítulo 8: Dirección y protección

«Y publiqué ayuno allí junto al río Ahava, para afligirnos delante de nuestro Dios, para solicitar de él camino derecho para nosotros, y para nuestros niños, y para todos nuestros bienes. Porque tuve vergüenza de pedir al rey tropa y gente de a caballo que nos defendiesen del enemigo en el camino; porque habíamos hablado al rey, diciendo: La mano de nuestro Dios es para bien sobre todos los que le buscan; mas su poder y su furor contra todos los que le abandonan» (Esdras 8:21-22).

Cuando Esdras reunió a los que iban a Jerusalén a orillas del río Ahava, no encontró entre ellos a ningún levita (v. 15). Es triste notar que los hombres llamados por Dios a su servicio son bastante raros en los muchos grupos que sin embargo buscan saber cómo Dios desea que su pueblo se reúna. Pero Esdras finalmente encontró a los levitas «ministros para la casa de nuestro Dios» (v. 17), y para acompañarlos estaban los «sirvientes del templo» (los leñadores y aguadores, los que realizaban los servicios más humildes). Hombres con corazones comprometidos con Dios también son necesarios hoy en día.

Antes de empezar este largo viaje, Esdras proclama un ayuno para que se humillen y busquen el «camino derecho» de Dios para ellos, sus hijos y sus posesiones. Años antes, Faraón había propuesto un compromiso a Moisés, tratando de evitar que los israelitas salieran de Egipto. Dejad vuestros hijos y vuestros bienes aquí, dijo (véase Éx. 10). Moisés no cayó en esta trampa, ni tampoco Esdras.

En ese tiempo, Dios ya no guiaba a su pueblo por una columna de nube o de fuego. Igualmente, desde el comienzo de la era cristiana, no hay más señales y milagros como los hacía Dios en ese momento. ¡Pero Dios sigue respondiendo a las sinceras y humildes oraciones de su pueblo!

Los suyos no necesitan acudir a las autoridades para su protección. Esdras se avergonzaba de pedirle al rey una escolta militar. Había testificado del fiel cuidado de Dios por su pueblo. Una vez más, Dios protegió fiel y magistralmente a aquellos que se confiaron en él. Toda la tropa de viajeros, con los niños, mercancías y tesoros que llevaban, llegaron a salvo a su destino.

9 - Capítulo 8: A la llegada

«Y la mano de nuestro Dios estaba sobre nosotros, y nos libró de mano del enemigo y del acechador en el camino. Y llegamos a Jerusalén… fue luego pesada la plata, el oro y los utensilios, en la casa de nuestro Dios… Los hijos de la cautividad, los que habían venido del cautiverio, ofrecieron holocaustos al Dios de Israel, doce becerros por todo Israel, noventa y seis carneros, setenta y siete corderos, y doce machos cabríos por expiación… Y entregaron los despachos del rey a sus sátrapas» (Esdras 8:31-33, 35-36).

El largo viaje de los hijos de Israel desde Babilonia a Jerusalén duró cuatro meses. Dios, a quien se habían dirigido para que los guardara, los llevó allí a salvo. Esdras no lo da por sentado, pero reconoce con gratitud que la mano de Dios estaba sobre ellos. ¿Nos damos cuenta de que Dios actúa con bondad hacia nosotros, o lo encontramos todo natural?

El Dios de Israel había confiado cosas preciosas a los que habían hecho este viaje a Jerusalén: tesoros de plata y oro, monedas y utensilios preciosos ofrecidos a Jehová por el rey y sus súbditos, y por los hermanos israelitas. Todas estas cosas habían sido cuidadosamente pesadas. Todo había sido notado por escrito. Nuestro Señor mencionó los «talentos» (Mat. 25:14-30) y las «minas» (Lucas 19:11-27) que confió a sus siervos durante su ausencia. También los tiene en cuenta. Pronto llegará el día en que tendremos que dar cuenta de todo lo que se nos ha confiado.

Aquellos que habían regresado de Babilonia ahora ofrecían sacrificios por todo Israel, no solo por ellos mismos, sino por todo el pueblo de Dios. Fácilmente perdemos de vista el hecho de que nuestra congregación o nuestra parte común con los creyentes representa solo una parte muy pequeña de la Iglesia por la que murió nuestro Señor. Pensemos en todos sus redimidos, especialmente cuando adoramos, lo que representa la ofrenda de estos diversos sacrificios. Cada miembro de su Iglesia es precioso para él. ¿También oramos por ellos?

El rey también había dado órdenes a Esdras para que las transmitiera a los que le representaban en el lugar. Esdras llevó a cabo esta tarea. Ya que vivimos en una época en la que Cristo aún no gobierna, sometámonos también a las autoridades existentes.

10 - Capítulo 9: Noticias tristes

«Los príncipes vinieron a mí, diciendo: El pueblo de Israel y los sacerdotes y levitas no se han separado de los pueblos de las tierras… Porque han tomado de las hijas de ellos para sí y para sus hijos, y el linaje santo ha sido mezclado con los pueblos de las tierras… Cuando oí esto, rasgué mi vestido y mi manto, y arranqué pelo de mi cabeza y de mi barba, y me senté angustiado en extremo» (Esdras 9:1-3).

Esdras y sus acompañantes habían llegado a Jerusalén hacía solo unos días, cuando los dirigentes del pueblo dieron una triste noticia: muchos de los israelitas, incluso sacerdotes y levitas, se habían casado con personas de los pueblos gentiles de su entorno. Sus líderes y gobernadores fueron los primeros en hacerlo. Entonces Esdras ayuna, rasga sus ropas, y se arranca su pelo y su barba; luego se sentó desolado hasta la ofrenda de la tarde. Otros que tiemblan ante la palabra de Dios se unen a él (v. 4).

En el momento de la ofrenda de la tarde –el momento en que más tarde nuestro Señor Jesús murió en la cruz por nuestros pecados– Esdras se arrodilla y comienza a orar con vergüenza y humillación, llorando y confesando este gran pecado de desobedecer a Jehová y casarse con mujeres paganas. Mientras ora, se identifica con el pueblo que ha pecado. Orando con toda humildad, reconoce que Dios es justo. Muchas veces usa la palabra «nosotros» en su oración, pero nunca «ellos». Muchos hombres, mujeres y niños se unen a él mientras ora, y todos ellos lloran amargamente.

Nuestra tendencia natural, cuando se revela un pecado, es culpar a los que han pecado, dándonos buena apariencia en comparación. Sin embargo, ante Dios, no solo somos individuos, sino también parte del grupo con el que estamos asociados, ya sea una asamblea, una comunidad o una nación. ¡Que Dios nos ayude a tomar nuestro lugar en la humillación ante él! Esdras no lo dejó todo para volver a Babilonia y encontrar gente más seria. Él y los que estaban con él no solo necesitaban confesar, sino también abandonar su pecado para encontrar misericordia (Prov. 28:13).

11 - Capítulo 10: Casamientos prohibidos

«Y se levantó el sacerdote Esdras y les dijo: Vosotros habéis pecado, por cuanto tomasteis mujeres extranjeras, añadiendo así sobre el pecado de Israel. Ahora, pues, dad gloria a Jehová Dios de vuestros padres, y haced su voluntad, y apartaos de los pueblos de las tierras, y de las mujeres extranjeras. Y respondió toda la asamblea, y dijeron en alta voz: Así se haga conforme a tu palabra» (Esdras 10:10-12).

Aquellos que reconocían el mal cometido por los hijos de Israel, de casarse con mujeres idólatras, empujaron a Esdras a tomar medidas. Entonces, mientras estaba de luto y en ayunas, Esdras convoca al pueblo a Jerusalén. Vienen y se sientan temblando bajo la lluvia. Esdras los insta a confesar su pecado a Jehová y a separarse de los pueblos del país y de sus esposas paganas. Estuvieron de acuerdo, pero pidieron que se hiciera de manera ordenada durante la temporada de lluvias que duraría unos meses.

A principios de la primavera, tres meses después, esta triste tarea fue terminada. Los sacerdotes culpables presentan un carnero como ofrenda por el delito. Aquellos en posiciones de responsabilidad en las cosas espirituales son especialmente responsables de llevar ahora una vida ejemplar de santidad. Pero hombres de todas las clases y familias han estado involucrados en estas relaciones culpables. Cada uno debe ser tratado individualmente, y sus nombres están escritos para nosotros en la Palabra de Dios. Algunas de estas mujeres han tenido hijos. ¡Qué tristes separaciones!

Dios odia el divorcio, nos dice en el libro de Malaquías (2:16). Debido a la dureza de nuestros corazones, el divorcio fue permitido bajo Ley; pero lo que Dios ha unido, el hombre no debe separarlo, dice el Señor Jesús (Mat. 19:3-9). Una persona cristiana no debería casarse con un (o una) incrédulo; pero, contrariamente a lo que aquí se prescribe, según la Ley, si un cristiano ya está «en yugo desigual con los incrédulos» (2 Cor. 6:14), no debe dejar a su cónyuge si este quiere vivir con él. Dios está interesado en las familias de los creyentes. En su gracia, dice que estas familias cristianas son santificadas (o: apartadas), y quiere salvarlas (1 Cor. 7:10-16).

E. P. Vedder