Inédito Nuevo

La Epístola a los Colosenses


person Autor: Adalbert Percival CECIL 1


1 - Breve resumen de la Epístola a los Colosenses

La Epístola a los Colosenses es una especie de eslabón en la cadena entre la verdad expuesta en la Epístola a los Romanos y la Epístola a los Efesios. Hay 2 posiciones en las que se puede considerar al hombre en la carne: vivo para el pecado y muerto para Dios. La Epístola a los Romanos lo considera desde el primer punto de vista, e introduce la muerte de Cristo; en primer lugar, para justificarlo ante un Dios santo, y en segundo lugar, para liberarlo del dominio de su antiguo amo, el pecado, y sacarlo de su estado de hijo de Adán, siendo Cristo resucitado y glorificado su nueva posición ante Dios. La Epístola a los Efesios lo presenta en esta última perspectiva, no vivo en pecado y bajo la responsabilidad de Dios en esa condición, sino muerto en delitos y pecados. Dios, que es rico en misericordia, habiendo resucitado a Cristo y puesto a Cristo en la gloria, por el poder del Espíritu Santo enviado desde el cielo, lo vivifica junto con Cristo, fuera de la condición muerta del mundo, y lo une con Cristo en la gloria y con todos los demás miembros de Cristo en la tierra. Así se formó el Cuerpo de Cristo, y existe ahora en unión con la Cabeza, sentado en los lugares celestiales en él.

La Epístola a los Colosenses une estos 2 aspectos de la verdad en el capítulo 2:11-13. Los versículos 11-12 toman el primer aspecto, el de los Romanos; el versículo 13 el segundo, el de los Efesios, aunque se detiene en la posición en los lugares celestiales. En el primer punto de vista, los creyentes se han despojado del cuerpo de la carne, o viejo hombre, en la muerte de Cristo. Hemos sido sepultados con él en el bautismo, en quien también hemos resucitado juntamente mediante la fe en la operación de Dios que lo resucitó de entre los muertos. Hasta aquí, aunque el cristiano es llevado a la perfecta libertad, permaneciendo en vida en un Cristo resucitado, y teniendo al Espíritu Santo como poder de vida, no se le ve como bautizado por el Espíritu Santo en un Cuerpo. En otras palabras, no está unido a Cristo en esta posición corporativa. El bautismo por agua es, pues, el signo de identificación con Cristo en su muerte y sepultura; Cristo saliendo de la muerte le da a él, al creyente, una posición perfecta en la vida. El versículo 13 nos lleva a la verdad de Efesios, es decir, no solo resucitamos juntos de la muerte en Cristo, sino que somos vivificados, o recibimos vida, junto con él (véase Juan 20:22). Dios nos ha perdonado todos los pecados.

La diferencia entre la Epístola a los Efesios y la de los Colosenses es que en la primera se ve al Cuerpo sentado en los lugares celestiales con la Cabeza, siendo el Cuerpo la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. En la segunda, el Cuerpo es visto en la tierra, lleno de la vida de la Cabeza (véase Col. 1:29), pero en peligro de alejarse de la Cabeza. Por consiguiente, toda la verdad sirve para mostrar que, en el Hijo de Dios, arriba en el cielo, habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y para insistir a los creyentes de Colosas en la necesidad de retenerse a la Cabeza. El Hijo de Dios es la Cabeza del Cuerpo; por consiguiente, se insiste mucho en su Persona. En él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, para que sean guardados, por una parte, de la filosofía gentil y, por otra, del ritualismo judaizante, del racionalismo y del ritualismo de aquel tiempo. Así, mientras que la unidad del Cuerpo debe permanecer bajo todas las circunstancias, sin embargo, la responsabilidad de los miembros para sostener la Cabeza se pone claramente de manifiesto. Cada verdadera asamblea se exhibe, así como dependiendo de la Cabeza, tan dependientemente como un cristiano individual depende cada día de Cristo; no como asambleas independientes, unas de otras, sino como perteneciendo a, y dando testimonio de, la única Cabeza. Cuando este es el caso, no se ve a ningún hombre sino solo a Cristo, y el Cuerpo recibe alimento de la Cabeza.

2 - La Epístola

Pero ahora, en cuanto a la Epístola en sí es un desarrollo de la voluntad de Dios, ahora que se ha dado a conocer la plena revelación cristiana. Epafras, uno de los santos colosenses, había sido un verdadero siervo de Dios en medio de ellos. Había estado trabajando en oración incesantemente por ellos, para que pudieran permanecer perfectos y completos en toda la voluntad de Dios (cap. 4:12). Esta voluntad, en su perfección y plenitud, los santos de Colosas y Laodicea no la comprendían plenamente, por lo que corrían el peligro de ser desviados de la verdad por la filosofía gentil, el ritualismo y la tradición judíos. Este mismo siervo de Dios había acudido al apóstol Pablo en Roma, y sin duda le había hablado de su estado, lo que había suscitado las oraciones del propio apóstol en su favor, para que fueran llenos del conocimiento de la voluntad de Dios, y también había suscitado la energía que puso en la pluma la Epístola que escribió a los colosenses, que sin duda era para el fomento de las oraciones de Epafras, para que pudieran permanecer perfectos y completos en toda la voluntad de Dios.

La Epístola, pues, es un desarrollo conciso de la voluntad de Dios en cuanto a la plena revelación cristiana, por un apóstol que él mismo era tal por voluntad de Dios. Comienza dando gracias a Dios, después de haber oído hablar de la fe y amor de los colosenses, por la esperanza que les estaba guardada en el cielo, dando así testimonio de la esperanza que les estaba reservada en la segunda venida de Cristo y, al mismo tiempo, dando testimonio de la fidelidad de Dios, que se la había guardado en el cielo en la persona de Cristo, que era su esperanza. Esto les quitaría de un plumazo toda esperanza de progreso moral en la tierra, del que pudiera jactarse la filosofía gentil, o de un Mesías que viniera a liberar temporalmente a los judíos y a establecer un poderoso reino terrenal. La esperanza del cristiano era celestial y estaba depositada en el cielo. Ora, pues, en relación con esto, para que sean llenos del conocimiento de la voluntad de Dios en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que anden como es digno del Señor en todo lo que es agradable, etc., desarrollando entonces la voluntad de Dios en cuanto a su relación con el Padre y el Hijo, y su idoneidad para la herencia celestial, así como su presente liberación del poder de las tinieblas, y su presente traslado al reino celestial del Hijo, en quien tenían la redención, el perdón de los pecados (cap. 1:12-14). El beneplácito de la voluntad de Dios se desarrolla luego en cuanto a la gloria de la Persona del Hijo de Dios, como Centro de este reino celestial que se extendería finalmente a toda la creación, pues él era el primogénito de toda la creación, pues era el Creador de todas las cosas. Pero en medio de esto tenía también una segunda gloria, que está relacionada con la resurrección. Él era la Cabeza de su Cuerpo, la Asamblea; él era el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todas las cosas tuviera la preeminencia, pues le plugo que en él habitara toda la plenitud (v. 15-19). Este beneplácito o buena voluntad de Dios se desarrolla en los versículos siguientes.

La reconciliación de todas las cosas en el futuro se fundamenta en la primera gloria del Hijo de Dios, y en la obra que realizó en la cruz, pero que no estaría completa hasta después de su regreso, pero mientras tanto, los santos celestiales, los relacionados con su segunda venida, ya estaban reconciliados en el Cuerpo de su carne por medio de la muerte. Sobre esta doble base, también, el apóstol, que era, como hemos visto, el apóstol por voluntad de Dios tenía un doble ministerio: primero, a toda criatura bajo el cielo, porque Cristo era el primogénito de toda la creación; y segundo, a la Asamblea que era el Cuerpo de Cristo, para la administración del misterio que había estado oculto en Dios, pero que ahora se revelaba, y que era Cristo en los creyentes, la esperanza de la gloria. Este misterio debía manifestarse entre los gentiles (cap. 1:20-28). Pero los santos no estaban a la altura del pleno conocimiento de la voluntad de Dios respecto a esto, y por eso el apóstol estaba en gran aflicción por ellos, y por los laodicenses, para que llegasen a la plena certidumbre del entendimiento, al pleno conocimiento del misterio de Dios; y para que todos fuesen presentados a Dios perfectos en Cristo Jesús. En este misterio estaban escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (cap. 2:1-4).

En el capítulo 2 retoma la doble forma del elemento opuesto, que obstaculizaba su progreso. Por un lado, estaba la filosofía gentil, tal como se manifestaba en las diversas escuelas de pensamiento de Grecia y Roma, que intentaba mezclarse con el cristianismo, y por otro lado el judaísmo, con su ritualismo, su sacerdocio y su tradición, de ahí el “cuidado” (cap. 2:8). En Cristo, en quien habitaba corporalmente toda la plenitud de la Deidad, estaban completos, y su circuncisión, es decir, su muerte, los había separado de todos los demás. Su resurrección los había introducido en una nueva creación. Las ordenanzas judías fueron clavadas en la cruz, los principados y las potestades despojados, y un triunfo completo obtenido sobre todos ellos por un Cristo victorioso. Por tanto, que nadie los juzgue (v. 16). Estaban muertos con Cristo a todo (v. 20), y resucitados con él (3:1). No debían olvidar esto, sino buscar las cosas de arriba, como un pueblo celestial conectado con Cristo a la diestra de Dios: mortificar los miembros que aún quedaban en la tierra, despojándose de todo lo que pertenecía al viejo hombre, y vistiéndose de todas las hermosas gracias que pertenecían al nuevo hombre (3:5-17). Luego también cumplir con todas las relaciones con el nuevo hombre (3:1).

Luego, también cumplir todas las relaciones de la vida para la gloria de Dios, sin olvidarse de orar por los siervos de Dios, y andando con sabiduría hacia el mundo exterior, tal es, en resumen, el desarrollo de la voluntad de Dios en esta bendita pequeña Epístola. Que mi lector se beneficie grandemente de su lectura, a medida que avancemos en sus detalles.

3 - Capítulo 1

Pablo, pues, era apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, y Timoteo se une a él para dirigirse a los santos y fieles hermanos en Cristo que estaban en Colosas, dándoles el saludo acostumbrado a las asambleas de gracia y paz de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo.

(V. 3) Dieron gracias al Dios y Padre del Señor Jesucristo, orando siempre por ellos (v. 4), desde que supieron de su fe en Cristo Jesús, y de su amor por todos los santos (v. 5) por la esperanza que les estaba guardada en el cielo. La palabra de la verdad del Evangelio fue el medio de que lo oyeran (v. 6), y este Evangelio había llegado a ellos, haciendo que abundara el fruto desde el primer día en que lo oyeron, y conocieron la gracia de Dios en verdad. Esta esperanza mencionada por Pablo en estos versículos iniciales da a la Epístola un carácter que no tiene la Epístola a los Efesios.

La Epístola a los Efesios considera a los santos como ya sentados en los lugares celestiales en Cristo. Si están en tal posición, están por encima de la esperanza, ya están allí en espíritu, en Cristo. Él solo está esperando hasta el momento en que todas las cosas sean puestas bajo sus pies; y nosotros, en este aspecto, estamos esperando lo mismo (véase Efe. 1:10, 18).

Aquí se considera a los santos como si estuvieran en la tierra, pero mirando hacia el cielo, donde Cristo es su vida, y esperando el momento en que él se manifieste personalmente (véase Col. 3:1-3). Así pues, se trataba de una esperanza depositada en el cielo, pues Cristo estaba allí y él es nuestra esperanza (1 Tim. 1:1). Mientras que en Efesios el Cuerpo está en Cristo que está en los cielos, aquí es Cristo en vosotros la esperanza de la gloria. De este modo, todas las esperanzas terrenales (ya se trate de la instauración de un reino glorioso en la tierra, como podría soñar un judío, o de la conversión del mundo a Cristo, con todo su saber y su filosofía) quedan totalmente anuladas. Cristo es rechazado de la tierra y aceptado del cielo, y pronto vendrá de nuevo para llevarlos al cielo. La única esperanza para ellos entonces era una esperanza celestial (v. 4-5). La fe, el amor y la esperanza están todos presentados en hermosa proximidad, y el amor a todos los santos regulado (v. 8) por el carácter del Espíritu de Dios. Es amor en el Espíritu.

(V. 9) El amor engendra amor, y hace que el apóstol ore por ellos para que sean llenos del conocimiento de la voluntad de Dios en toda sabiduría y entendimiento espiritual. Esto, como hemos visto, era lo que les faltaba en cuanto al conocimiento de su plenitud. La filosofía y la sabiduría humana hacían todo lo posible por perjudicarles. Necesitaban la sabiduría de Dios en contraposición a esto.

(V. 10) Conociendo la voluntad de Dios, andarían como es digno del Señor en toda agradabilidad, fructificando en toda buena obra y creciendo en el conocimiento de Dios; (v. 11) pero para esto necesitaban fortaleza, conforme al poder de su gloria (porque estaban en un mundo de enemistad) y paciencia, longanimidad y gozo serían el resultado. No puedo caminar dignamente ante el Señor a menos que primero conozca su voluntad. Si mi conocimiento de esa voluntad se limita a la Ley; si me convierto, puedo llegar a ser un buen ciudadano, un magistrado piadoso, un sabio político de este mundo, y si tengo título real, un buen rey. Tales fueron David, Ezequías, Daniel, Nehemías, etc. Pero si por voluntad de Dios, su Hijo ha sido rechazado de este mundo, y por el judaísmo especialmente, y llevado al cielo, todo ha cambiado. Soy un ciudadano celestial, soy un peregrino aquí, y mi única esperanza es que Cristo vuelva para llevarme, con toda su familia comprada con sangre, al cielo. Cuán importante es, entonces, conocer la voluntad de Dios, para que podamos caminar ante el Señor en toda complacencia. Su andar aquí abajo fue el del Hijo celestial de Dios. No era magistrado, ni rey, ni político, ni soldado –era peregrino y extranjero. Su reino no era de este mundo.

El resultado de este caminar es tanto la fecundidad en buenas obras como el crecimiento en el conocimiento de Dios; para esto necesitamos la fortaleza diaria en el camino, el poder de su gloria (Efe. 1:19-20), y al hacerlo aprendemos paciencia y longanimidad; regocijándonos también en la tribulación (v. 12) y dando gracias al Padre durante todo el camino (porque lo que precede es el caminar), porque nos ha hecho aptos para participar de la herencia de los santos en luz (v. 13) porque nos ha liberado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor, (v. 14) en quien tenemos redención, el perdón de los pecados. Antes de que el cristiano comience a caminar, está colocado en este lugar perfecto que es inalterable; ningún fracaso en su conocimiento o en su caminar puede cambiar esto. Los colosenses y los laodicenses eran muy defectuosos en el nivel de su conocimiento, y consecuentemente en su andar, ¡pero su posición en la gracia era inalterable! ¿Cuál era esa posición? (v. 12), eran una nueva creación en Cristo; Cristo era su encuentro; (v. 13) Satanás ya no reinaba sobre ellos, pues habían sido liberados del poder de las tinieblas y trasladados al reino celestial del Hijo del amor de Dios; (v. 14) además de esto, tenían redención, el perdón de los pecados. ¡Qué porción!

En relación con el caminar de los colosenses, era necesaria la oración: por su situación y posición los exhortaba a la alabanza (v. 9, 12). Pero todo era inútil para ambos sin la Persona en quien lo tenían todo.

Lector mío, ¡quién puede expresar el pensamiento del corazón de Dios al hablarnos de su Hijo, como el Hijo de su amor! Él es el Hijo en quien están puestos todos los afectos del Padre, por haber realizado el pensamiento propuesto de su corazón desde la eternidad, es decir, la obra de la redención.

«¡Por esto el Padre me ama, por cuanto yo doy mi vida para volverla a tomar!» (Juan 10:17).

Efesios 1:6-7, lo expresa así: «Nos colmó de favores en el Amado; en quien tenemos la redención por medio de su sangre, el perdón de los pecados».

A orillas del Jordán se oyó la voz del Padre que decía de él: «Este es mi amado Hijo, en quien tengo complacencia» (Mat. 3:17).

En el monte de la Transfiguración: «Este es mi amado Hijo; ¡escuchadle» (Marcos 9:7, Lucas 9:35). En Juan 1:18: «El Hijo único, que está en el seno del Padre».

Aquí, además de todo esto, como habiendo cumplido la voluntad del Padre, se le llama el Hijo de su amor. Tal es Aquel exaltado para ser el Rey de su reinado celestial.

Hemos visto (en el v. 13) que el Hijo de Dios es el Centro de un reino. Este, en su aspecto actual, es un reino que no es de este mundo (comp. con Juan 18:36). Exteriormente se manifiesta como el reino de los cielos, como vemos en el Evangelio según Mateo, pero esto en Colosenses es su verdadero aspecto celestial, y un lugar presente al que los santos son trasladados, dejando así de pertenecer a este mundo. El Hijo es el centro de todo esto, pero como tal tiene una doble autoridad.

(V. 15) Él es la imagen del Dios invisible, la verdadera representación de Dios en un hombre. «Nadie ha visto jamás a Dios, el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer» (Juan 1:18). El ser de Dios es verdadero, aunque nadie lo haya visto ni pueda verlo, y Cristo es la imagen expresa de su Ser (Hebr. 1:3), que es Luz y Amor. Pero esto se manifiesta en el hombre. Él es el primogénito de toda la creación, no en el tiempo, ciertamente, sino en dignidad (v. 16), pues por él fueron creadas todas las cosas. Se dijo de Salomón, aunque no era el primogénito de David: «Le pondré por primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra» (Sal. 89:27).

Con el tiempo nació en el vientre de la virgen como hombre, santo y sin mancha; pero ya existía antes como Hijo, pues creó todas las cosas, ya sea en el cielo o en la tierra, ya sean tronos o dominios, o principados o potestades –todas las cosas fueron creadas por él, así como para él; pues como hombre será el centro de la nueva creación.

Adán era evidentemente la figura de Aquel que había de venir, en todo esto. Fue creado a imagen de Dios (Gén. 1:26-27). Era el representante de Dios en esta creación inferior. En el tiempo, fue el primer creado de la raza humana; toda la creación estaba bajo él y para él creada, pero cayó y lo perdió todo. La venida de Cristo al mundo lo sustituye ante Dios. Se convierte en el representante de Dios en la creación, y es el primogénito de toda la creación, por dignidad posicional, pues él creó todas las cosas. Por la redención, además, adquirió derecho a este lugar.

(V. 17) Él es antes que todas las cosas creadas en la tierra, él es antes que todos los ángeles creados en el cielo, y él sostiene todas las cosas por la palabra de su poder. (V. 18) Pero además de esto, es Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia, y esto está relacionado con la resurrección.

Los elegidos de Dios vivieron en todas las edades, tuvieron fe y fueron justificados, y Cristo, por su poder, los llevará a la bendición, así como a toda la creación. Pero en cuanto a un Cuerpo, una Esposa, el postrer Adán estuvo solo, en medio de una creación arruinada, hasta la cruz.

«Si el grano de trigo cayendo en tierra no muere, queda solo, pero si muere, lleva mucho fruto» (Juan 12:24).

El Señor era este grano de trigo. En lugar de contemplar, como el primer Adán, una hermosa creación formada por las manos del Creador, contempló un desierto, fruto del pecado del hombre. Estaba rodeado de bestias salvajes, guiadas por Satanás para crucificarlo. Pero después de haber sido plenamente probado y comprobado, y hallado perfecto, durmió, y de su cuerpo por su muerte fue formada en resurrección una segunda Eva, para ser para su alabanza y gloria por los siglos de la eternidad (comp. Gén. 2:18-25 con Efe. 5:25-32). Y este es ahora el tiempo de Dios para la reunión de la Iglesia. En el día de Pentecostés (Cristo habiendo sido exaltado como hombre a la diestra de Dios), el Espíritu Santo descendió, y bautizó a todos los creyentes en un Cuerpo, y los edificó juntos para ser la morada de Dios por medio del Espíritu. Cuando Cristo regrese en el aire, este Cuerpo estará completo, pero él es el principio de él así como de la nueva creación.

Él es el principio, el primogénito de entre los muertos; la Iglesia está unida a él como salida de entre los muertos y sentada en el cielo, de modo que en todas las cosas él tiene la preeminencia. Así pues, él es el Hijo divino, el amado del Padre, el primogénito de toda criatura, el verdadero representante de Dios en la creación, nacido ciertamente en el tiempo, pero en dignidad, teniendo la prioridad como Creador; él es antes que todas las cosas, todas las cosas fueron creadas por él y para él; pero en segundo lugar, él es la Cabeza del Cuerpo, la Iglesia, y eso está relacionado con la resurrección. Además (v. 19), fue el beneplácito de la Deidad (pues así debe leerse el versículo), que en él habitara toda la plenitud. ¡Qué bendición ver la voluntad de Dios así conectada con la gloria del Hijo de su amor! Es lo mismo en la Epístola a los Efesios, solo que allí está conectada con el pleno propósito de Dios respecto a su Ungido, su Amado, a saber, que él ha de ser, en la era venidera, el centro de Dios de todas las cosas en el cielo y en la tierra. La voluntad de Dios también está relacionada con nuestra adopción como hijos y nuestra herencia en Cristo (véase Efe. 1:5, 9-11).

En Colosenses esta buena voluntad se desarrolla en los versículos siguientes. (V. 20) Él ha hecho la paz para los enemigos por la sangre de su cruz; él fue la ofrenda de paz divina, perfecta, para que Dios pudiera aceptarlo como un sabor dulce (Lev. 3), y el fruto es, que todas las cosas, ya sea en el cielo o en la tierra, serán reconciliadas, no solo la nueva creación en la Iglesia, sino todos los santos del Antiguo Testamento que han muerto, así como aquellos que se salvarán después de que la Iglesia se haya ido, con todos los santos milenarios, así como todas las demás cosas (Efe. 1:9-10).

(V. 21) Pero no solo toda la creación será reconciliada con Dios por Aquel que es el primogénito de toda criatura, sobre la base de su obra, y eso según el buen placer o voluntad de Dios, sino que también a vosotros colosenses, los representantes de la Iglesia, una vez alienados, y enemigos en mente por obras inicuas, ya les ha reconciliado. Pero ¿cuál es la única manera de que un enemigo se reconcilie? (V. 22) Solo puede ser presentado por medio de la muerte, habiendo muerto la divina ofrenda de paz. Así se pone fin a nuestro estado de enemistad por obras inicuas, y entramos en paz y aceptación en la presencia de Dios, en Aquel que es un olor grato, y finalmente seremos presentados santos, irreprensibles e irreprochables ante sus ojos (v. 23) si permanecemos en la fe cimentada y firme, y no nos apartamos de la esperanza del Evangelio.

Fíjese que no dice “si perseveramos en la fe, firmes y constantes”, sino «si permanecéis en la fe», es decir, en el cristianismo. Abandonar la fe probaría que no eran cristianos, sería apostasía. Siempre que los santos son considerados como una compañía en la tierra, y en el desierto (comp. Hebr. 3, 4, 6, 10), son tomados más o menos en el terreno de la profesión, y existe la posibilidad de caer. Esto está fuera de la cuestión del eterno propósito y consejo de Dios hacia ellos. Pero en ambos pasajes el propósito del apóstol es dar confianza a los verdaderos cristianos, probando así que eran verdaderos. El primer alejamiento de lo irreal sería el alejamiento de la confianza (véase Hebr. 3:12-14). Así que aquí, si permanecéis fundados y asentados. Esto también me parece que marca el carácter de esta Epístola. Los santos profesos no estaban establecidos, no eran perfectos; corrían el peligro, a través de la filosofía y el judaísmo, de alejarse de la Cabeza, del Centro del cristianismo. La esperanza de los cristianos –la segunda aparición de Cristo– estaba menguando en sus almas. La tendencia, pues, de la predicación del apóstol, como en Hechos 14:22, es exhortarles a continuar en la fe, de la que el Hijo de Dios, el Cristo, es el Centro, como hemos visto. La Epístola a los Gálatas ilustra la exhortación de Hechos 13:43, a continuar en la gracia de Dios, es decir, en el sentido permanente de su favor gratuito, como se muestra por las bendiciones que da, tales como la justificación, la filiación, etc.

(V. 23) El Evangelio sobre la base de la Persona del Hijo, el primogénito de toda la creación, y sobre la base de su obra de reconciliación por todas las cosas, se extiende a toda criatura, y Pablo fue el ministro de ello. (V. 24) El efecto de recibir este Evangelio era introducirlos en la nueva creación, y darles entrada como bautizados por el Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo. (V. 25) Por lo tanto, Pablo era también un ministro de la Iglesia, y como tal sufrió por los santos, y completó lo que quedaba de los sufrimientos de Cristo en su carne por causa de su Cuerpo, que es la Asamblea. Fue ministro según la dispensación de Dios para completar la Palabra de Dios. (V. 26) La Iglesia era un misterio oculto desde los siglos y las generaciones, y solo ahora manifestado a los santos (comp. Efe. 3:4-9). Dios les daría a conocer cuáles eran las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles, que era Cristo en ellos, la esperanza de gloria. Este era el misterio de Cristo, un Cuerpo, una nueva creación formada por judíos y gentiles, y unidos a Cristo por el Espíritu, de modo que un solo Cristo estaba en ellos, en la tierra, fuera totalmente de la carne, porque la cruz había puesto fin en él. Esto debía manifestarse entre los gentiles. (V. 27) Este Cristo predicaba Pablo, amonestando y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, para que cada uno fuese presentado perfecto en Cristo Jesús.

Es muy importante, lector mío, ver que la Iglesia no es solo una cosa en el propósito y consejo de Dios (Efe. 1:22-23), sino que también es una cosa dispensada en este mundo. Pablo era el ministro de esta dispensación (del griego, oikonomia). Si estamos en comunión con el gran ministro de la dispensación, estaremos anunciando la verdad de que los creyentes gentiles y judíos son coherederos, y de un solo Cuerpo a nuestros compañeros cristianos (comp. Efe. 3:2-7), para que el resultado sea que podamos caminar juntos en este mundo, como miembros de la familia del Padre, como miembros del Cuerpo de Cristo, teniendo una esperanza común de gloria puesta delante de nosotros. No nos contentaremos con pertenecer al supuesto Cuerpo invisible de Cristo, sino que comprenderemos que la intención de Dios era que los santos anduvieran juntos en este mundo, como miembros del Cuerpo de Cristo. Los que reciban esta verdad caminarán juntos, y en la medida en que lo hagan, el Cuerpo de Cristo se convertirá en algo visible en este mundo. No llegar a esto es no permanecer perfectos y completos en toda la voluntad de Dios, que era el objetivo del apóstol al escribir la Epístola, para que los santos la hicieran (véase el v. 28).

Así pues, en este capítulo nos detenemos especialmente en 2 aspectos de la Persona de Cristo. En primer lugar (v. 15) él es el Hijo, el primogénito de toda la creación. En segundo lugar (v. 18) él es la Cabeza del Cuerpo, la Iglesia. En relación con esta doble Autoridad, tenemos 2 reconciliaciones, 2 aspectos de su obra: primero (v. 20), la reconciliación de todas las cosas consigo mismo, es decir, las cosas en el cielo y en la tierra, cuando él venga de nuevo (comp. Efe. 1:10); y segundo (v. 21-22), vosotros los colosenses, representantes de la Asamblea de Dios, ya reconciliados. En conexión, también, con lo que precede, tenemos, por último, 2 aspectos del ministerio: primero (v. 23), el ministerio del Evangelio que va a toda criatura; y segundo (v. 25), el ministerio de la Asamblea o Cuerpo, que solo incluye a los santos. Y este círculo de verdades completa la Palabra de Dios. El aspecto de la Asamblea en Colosenses es –Cristo en vosotros. El aspecto de la Asamblea en Efesios es: en Cristo. El apóstol no se satisfacía con nada menos que presentar a todo creyente perfecto en Cristo Jesús; ¡perfecto y completo en toda la voluntad de Dios! ¡Perfecto significa completamente acabado!

4 - Capítulo 2

Trabajó por esto y, especialmente, respecto a los de Colosas y Laodicea, que no habían visto su rostro, tuvo gran conflicto (v. 2), para que sus corazones fuesen consolados, unidos en amor, y en toda la riqueza de la plena certidumbre del entendimiento, para el reconocimiento del misterio de Dios. Él no estaba satisfecho en absoluto con que un pecador fuera simplemente salvado y reconciliado. Los tales podían tener plena certeza de fe, como los tesalonicenses (véase 1:5), habiendo recibido el Evangelio no solo de palabra, sino con poder; o, como los hebreos, teniendo una conciencia purificada, y teniendo así valentía para entrar en el santísimo (véase Hebr. 10:22). Otros, como los hebreos, también podían tener plena seguridad de esperanza, sabiendo que Cristo, su precursor, había entrado dentro del velo, y que un día volvería a salir (véase Hebr. 6:19-20); pero en cuanto a los colosenses, quería que estuvieran llenos de la plena seguridad del entendimiento, hasta el reconocimiento del misterio de Dios. Nada menos que esto los mantendría avanzando a pesar de los obstáculos de la sabiduría humana, la filosofía y la tradición. La cruz fue el nivelador de todas esas falsas ideas. Un nuevo hombre formado en la resurrección, del que ellos formaban parte, estaba ahora formado. Este era el Cuerpo de Cristo, el misterio que había estado oculto durante siglos y generaciones, pero que ahora se manifestaba. Era un Cuerpo celestial sacado del mundo durante el tiempo del rechazo de Cristo. A él pertenecían los santos, y su esperanza era enteramente celestial.

(V. 3) Pero ¿qué era el Cuerpo aparte de la Cabeza? Es cierto que la vida llenaba el Cuerpo del que eran miembros, y así era Cristo en ellos la esperanza de gloria, pero esta vida era la vida de la Cabeza. En Cristo estaban escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Sin la Cabeza, ¿dónde estaba el Cuerpo? La filosofía y la sabiduría humanas no tenían cabida en Cristo. Él lo era todo para ellos. No hay sabiduría en la Iglesia aparte de la Cabeza. (V. 4) Había grandes celos manifestados por el apóstol en cuanto a esto, porque los hombres con palabras seductoras trataban de poner la sabiduría humana entre ellos y Cristo. (V. 5) Su espíritu estaba presente con ellos, y así podía gozarse en todo lo que veía de su orden y fe. Sin embargo, su ojo experto podía discernir que faltaba algo. Un cristiano podría decir: ¿Qué más queréis? Mira qué orden tan perfecto y qué fe. Ah, pero estaban en peligro de alejarse de la Cabeza; no habían llegado al pleno conocimiento de la voluntad de Dios en cuanto al carácter de la dispensación, y por eso les exhorta a que (v. 6) así como habían recibido a Cristo Jesús el Señor, ahora anden en él, arraigados y edificados en él y establecidos en la fe, como se les había enseñado, abundando en ella con acción de gracias.

Habían recibido a aquel Cristo celestial, en quien estaban escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Así tenían todos estos tesoros. Cristo estaba en ellos. Así se constituyeron en un pueblo celestial. De aquí se deriva la conducta. Un bebé recibe la vida, nace y luego aprende a caminar, pero camina como en esa vida que ha recibido. Era la vida en un Cristo celestial. (V. 7) Este Cristo que habían recibido era un Cristo que murió; debían estar arraigados, por así decirlo, profundamente en él, llevando en el cuerpo la muerte del Señor Jesús, y así serían edificados en él. Una raíz es plantada debajo de la tierra; allí fue donde Cristo fue puesto, y Él tiene las marcas todavía en su cuerpo en el cielo. Él es la propiciación. Se construye un edificio sobre la tierra. Esto es Cristo en resurrección (comp. Rom. 6:4; 1 Cor. 3:9). Su vida debía manifestarse en sus cuerpos mortales. Así se afianzarían en la fe que se les había enseñado, y abundarían en acción de gracias. (V. 8) La filosofía y el vano engaño de los gentiles, y las tradiciones del judaísmo, que ahora se habían convertido en los rudimentos del mundo, eran todos antagónicos al desarrollo de esta vida. No era un Cristo celestial, sino la vida en la carne. El judaísmo, con su religión, su Ley y las ordenanzas del templo, era una religión de este mundo y para este mundo; desde que había rechazado a Cristo, había llegado a serlo doblemente (comp. Gál. 1:4; 4:9-10; 6:12-14).

(V. 9) Pero fuera de todo esto en el cielo, en Cristo habitaba toda la plenitud de la Deidad corporalmente (v. 10), y estaban completos en él. La sabiduría y el poder de los príncipes de este mundo solo crucificaron al Señor de gloria, por lo que su sabiduría corría paralela a un Cristo muerto. Pero el Cristo de los colosenses era un Cristo celestial vivo. (V. 9) La plenitud de Dios estaba en él, habitaba en él corporalmente. Para qué querían ellos la filosofía humana. Él era la Cabeza de todos los principados y potestades, teniendo derecho y título a ello como primogénito de toda la creación, y ellos estaban completos en Aquel que era la Cabeza del Cuerpo. La filosofía gnóstica introducía la falsa noción de que Dios era la plenitud, y que Cristo era solo un siervo, con otros siervos que tenían todas sus diversas obras que hacer, para traer de vuelta a lo que había salido de esta plenitud, es decir, esta creación inferior creada por un dios inferior o malvado. En contradicción con esto, el apóstol muestra que el Hijo fue el Creador, no un dios inferior, y que fue el beneplácito de Dios que en él habitara toda la plenitud. Por tanto, la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– habitaba en un Hombre. La Iglesia estaba completa en él; fuera de él no había más que vacío y vanidad. Creo que tenemos el mismo pensamiento en Mateo 28:18-19. Al Hombre resucitado, el Ungido, se le dio todo el poder en el cielo y en la tierra; pero en él habitaba toda la plenitud de la Deidad, y por eso debían bautizar en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Además, habían sido hechos partícipes de una circuncisión que los separaba de todo lo demás. (V. 11) Esta era una circuncisión mejor que la circuncisión de Israel, es decir, la circuncisión de Cristo. Era una circuncisión hecha sin manos, un despojarse del cuerpo de la carne por ella. ¿Qué fue esto sino la cruz? (V. 12) Entonces habían sido sepultados con Cristo en el bautismo, el signo externo de identificación con Cristo bajo las oscuras aguas de la muerte, en quien también habían resucitado juntos mediante la fe de la operación de Dios que lo había resucitado de entre los muertos. Esto era en cuanto a la vida en la carne. Se le aplicó la muerte y la sepultura. (V. 13) Pero, así como ante Dios habían estado muertos en sus pecados, ahora no solo tenían una posición ante Dios en el Cristo resucitado de entre los muertos, sino que Dios los había vivificado de la muerte juntamente con él, de modo que ahora estaban vivos con la vida de Cristo, como unidos a él; Dios les había perdonado todas las transgresiones. No solamente vivificados por el Hijo de Dios en el poder de su Persona divina como Hijo, sino vivificados juntamente con Cristo, a quien Dios había vivificado de la muerte como hombre, después de haber llevado a cabo la redención y la completa eliminación de nuestros pecados por su muerte. (V. 14) Todas las ordenanzas que ahora estaban en contra de ellos, y que les eran contrarias, Cristo las había quitado del camino, clavándolas en su cruz. (V. 15) Y en cuanto a todos los principados y potestades, angélicos o humanos, había triunfado sobre ellos, en esa misma cruz. Porque él había quitado todas las pretensiones que estos poderes tenían sobre el hombre, y había resucitado triunfante sobre todos ellos.

(V. 16) Por lo tanto, sobre cuestiones de carnes y bebidas, días santos, el sábado y las lunas nuevas, nadie tenía derecho a juzgarlos. (V. 17) Eran las sombras que terminaron cuando vino la sustancia. Cuando estoy parado en la esquina de una calle esperando que venga un amigo, y el sol brilla detrás de él, cuando llega a la esquina, lo primero que veo es su sombra. Este era el caso de los santos del Antiguo Testamento; pero cuando veo la cara de mi amigo ya no pienso en la sombra. Tengo el cuerpo, la persona, y me ocupo de él. Oh, ¡qué persona! ¿Dónde hay lugar para las carnes y las bebidas, y el sábado, etc.? Cristo yació en el sepulcro en el día de reposo. Toda la vida y el poder están en él, no en la sombra, y el día de nuestro Señor muestra esto. El sábado era el séptimo día, el testimonio del descanso de Dios en su primera creación. Pero esto fue estropeado por el pecado del hombre. Todo esto fue cerrado por la muerte de Cristo. Resucitó el primer día de la semana, testigo del comienzo de una nueva creación, de la que el día de nuestro Señor es testigo.

(V. 18) Además del peligro que corrían por los ritos y las ceremonias judíos, había una filosofía gnóstica mezclada con ellos, que pretendía ser humilde y adoraba a los ángeles, entrometiéndose en las cosas que no habían visto, vanamente envanecidos en su mente carnal, y sin sostener la Cabeza. (V. 19) Estaban en peligro por todas estas cosas, porque si algo se interponía entre ellos y la Cabeza, era como una rama caída sobre un cable que, roto, impedía la comunicación entre ellos y la Cabeza. La Cabeza era la fuente de todo alimento para el Cuerpo; las coyunturas y ligaduras eran los canales, y entretejían todo el Cuerpo; y así, si la comunión era ininterrumpida, aumentaba con el crecimiento de Dios.

¡Ay! Si los colosenses sintieron la pérdida de la comunión en sus días, ¿qué debe ser ahora, cuando el diablo ha venido y ha dividido al pueblo de Dios entre sí; cuando se niega la verdad del Cuerpo único, y tantos hijos de Dios defienden la división en vez de la unidad. ¿Qué impedimento debe haber para la comunión cuando el pueblo de Dios está unido al mundo, y cuando prefiere una combinación de mundo e Iglesia al reconocimiento de la pertenencia al Cuerpo de Cristo, por pocos que sean los que posean este terreno? Los más santos y separados lo sienten más, y cargan con el pecado en sus propios corazones ante Dios. Nadie, por correcta que sea su posición, tiene derecho a jactarse; el pecado es suyo, por más que individualmente esté libre de él, pues es miembro del Cuerpo. ¿No lo sentirá mi pie si mi mano está paralizada? ¿No lo sentirán los hijos de corazón verdadero en una casa, si la casa de su padre está desordenada por intrusos? Lo mismo sucede con la Iglesia de Dios. Sin embargo, los que son puros de corazón cuidarán de que nada se interponga individualmente entre ellos y la Cabeza; caminarán también y tendrán comunión con los que invocan al Señor de corazón puro: ¿y por qué? (V. 20) Porque en cuanto a todas estas cosas en que se deleitan otros profesos, ven que están muertos a ellas. Los cristianos han muerto con Cristo a los rudimentos del mundo. ¿Cómo, pues, como si vivieran en el mundo, pueden estar sujetos a sus costumbres y ordenanzas? (V. 21) No toquéis, no gustéis, no manejéis (v. 22), según los mandamientos y doctrinas de los hombres. Todo lo que el hombre hizo terminó en la crucifixión del Hijo de Dios, según la voluntad de Dios. Ahora bien, el cristiano ha tomado partido por Dios en favor de su Cristo muerto. Ha muerto, pues, en la fe, fuera del mundo. (V. 23) Hay en verdad una muestra de sabiduría en la devoción de la voluntad en estas cosas. Había aparente humildad y descuido del cuerpo. No para honrarlo, sino para satisfacer la carne. La cruz de Cristo es, pues, el juicio sobre toda filosofía y sabiduría del hombre, así como sobre todas las ordenanzas y el ritualismo judaizante; es también la forma en que el cristiano se libera de ellos. Aquí se prohíbe toda devoción voluntaria como la de la carne. Los cristianos no tienen derecho a adorar a Dios como quieran. La Palabra de Dios es la regla suficiente en cuanto a esto.

5 - Capítulo 3

Cristo resucitado es todo lo que permanece, resucitado de la muerte y sentado en las alturas, y ellos resucitados con él. Si esa era su posición, Pablo les rogó que buscaran las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios (Col. 3:2) porque habían muerto, y su vida estaba escondida con Cristo en Dios, él era su vida –así como las 12 piedras conmemorativas fueron colocadas en medio del Jordán, y otras 12 piedras debían ser sacadas del Jordán y colocadas en Gilgal para recordar a los israelitas el corte de las aguas del Jordán por el arca de la alianza, y su paso a la tierra de Canaán– así los cristianos debían recordar que habían muerto, y que su vida estaba escondida con Cristo en Dios (véase Josué 4. 1-10, 20-24).

(V. 4) Pronto aparecería, y cuando apareciera, aparecerían con él en gloria. ¡Cuán seguro está el cristiano! En cuanto a la muerte y el juicio, ha quedado atrás; ha muerto con Cristo. En cuanto a su vida, está escondida con Cristo en Dios. Por lo tanto, nadie puede arrancar esa vida de las manos de Cristo. En cuanto al futuro, es gloria segura. Cuando él aparezca, ellos aparecerán con él en gloria. Así pues, la posición en la que Pablo coloca a los colosenses es la de muertos y resucitados con Cristo, mirando al cielo, donde está su vida, y esperando su aparición con él en la gloria. En el primer capítulo, su esperanza estaba puesta en el cielo. Aquí es su vida. Por lo tanto, en cuanto a su posición, todo era perfecto, no estaban más que esperando la gloria –no estaban en la carne en absoluto. En cuanto a eso, estaban muertos con Cristo. Cristo era su vida, fuera de la carne.

(V. 5) Sin embargo, la carne estaba en ellos, así que debían dar muerte a sus miembros. No os fijéis en los miembros del cuerpo, que deben entregarse a Dios (véase Rom. 6:13). Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, y no sois vuestros (1 Cor. 6:15, 19-20). Se trata aquí de los miembros del viejo hombre. ¿Cuáles eran? Fornicación, inmundicia, afectos desordenados, malos deseos y codicia, que es idolatría. Todo es un ídolo que el hombre codicia. He muerto con Cristo, y resucitado con él para dar muerte. «Mortificad» es una cosa muy diferente de “morir”. Lo uno se hace una vez y para siempre, lo otro es cosa de cada día. Los hijos de Israel no cruzaron el mar Rojo ni el Jordán 2 veces. Sin embargo, tuvieron que aprender después y tuvieron grandes luchas y conflictos. Después que Israel cruzó el Jordán, acamparon en Gilgal, y fue allí donde fueron circuncidados (véase Josué 5). El oprobio de Egipto fue borrado. «Mortificad, pues» es nuestro Gilgal. Después de cada nuevo conflicto y victoria, Israel regresaba a Gilgal, el lugar de la circuncisión. Así, con nosotros está la necesidad de esta mortificación continua de nuestros miembros. Estos miembros de la carne en actividad hacen que la ira de Dios venga sobre los hijos de la incredulidad. Estos colosenses también habían vivido anteriormente en ellos. Pero no solo deben desecharse los pecados groseros externos, sino también la ira, el enojo, la malicia, la blasfemia, las palabras deshonestas y la mentira. Todas estas cosas pertenecen al viejo hombre del cual se habían despojado. Ahora se habían revestido del hombre nuevo, que se renueva cada día en el conocimiento, conforme a la imagen del que lo creó. Esto va un poco más allá de Efesios, donde el nuevo hombre es visto en la absolutez de la nueva creación. Aquí no solo es creado, sino renovado en el conocimiento según la imagen de Aquel que lo creó.

En esta nueva creación no había griego ni judío, incircuncisión ni circuncisión, bárbaro, escita, siervo ni libre, sino que Cristo es todo y en todos. Se habían despojado del viejo hombre, y cada día eran llamados a despojarse de sus obras; se habían revestido del nuevo hombre, de una vez para siempre, y ahora eran llamados a manifestar sus frutos. Estos eran entrañas de misericordia, bondad, humildad de ánimo, mansedumbre, longanimidad, paciencia unos con otros, y perdón unos con otros, si alguno tenía pleito con otro, como también Cristo los perdonó. Pero el amor era lo principal. Era el vínculo de la perfección. Podían abundar los dones (véase 1 Cor. 12), pero sin amor no valían nada (1 Cor. 13). También la paz de Cristo debía reinar en sus corazones, a la que habían sido llamados en un solo Cuerpo; fuera, en el mundo, había enemistad y odio; dentro, paz y amor. También la Palabra de Cristo debía morar en ellos, y todo lo que hicieran de palabra y de hecho, debían hacerlo en el nombre del Señor Jesús. ¡Qué preciosos pensamientos de Dios! El perdón de Cristo es nuestro modelo. La paz de Cristo ha de reinar en nuestros corazones. La Palabra de Cristo ha de morar ricamente en nosotros. El canto y el gozo son el resultado. Las 3 primicias del Espíritu salen aquí: amor, gozo, paz; pero es el amor de Cristo, el gozo de Cristo, la paz de Cristo.

Todas las relaciones de la vida permanecen. Y el nombre del Señor introducido para sancionarlas todas. Si eran esposas, debían someterse a sus maridos; si eran maridos, debían amar a sus esposas; si eran hijos, debían obedecer a sus padres –era agradable al Señor–, si eran padres, no debían provocar a sus hijos; si eran siervos, debían obedecer, no buscando la aprobación de los hombres, sino como temerosos de Dios. Todos estos deberes para con los demás eran vistos y notados por el Señor, y él daría la recompensa. No había favoritismo de personas con el Señor.

6 - Capítulo 4

Los señores debían dar a sus siervos lo que era justo y equitativo, porque tenían un Señor en el cielo. Hacia los que no estaban en el mundo, debían andar con sabiduría, redimiendo el tiempo. Su lenguaje siempre con gracia, sazonado con sal, para saber cómo responder a cada hombre. Al final se mencionan diferentes siervos del Señor. Hay elogios para cada uno, con la excepción de Demas, que después abandonó a Pablo. Si se trata de Tíquico, es un hermano amado, y un fiel ministro y consiervo. Si se trata de Onésimo, es un hermano fiel y amado. Aristarco es su compañero de prisión. Marco, pariente de Bernabé, debía ser recibido. También se menciona a Jesús, llamado Justo. Todos ellos habían sido un consuelo para Pablo. También había un santo valioso como Epafras, que trabajaba mucho por ellos en oración para que estuvieran perfectos y completos en la voluntad de Dios. La Epístola iba a ser leída en Laodicea, y allí se le dio una advertencia a Arquipo para que cuidara del ministerio que había recibido del Señor, para que pudiera cumplirlo. Una palabra saludable tanto para la asamblea como para el mensajero, que habrían hecho bien en escuchar. Laodicea (véase Apoc. 3:14), por no sostener la Cabeza, iba a ser finalmente vomitada de la boca de Cristo. Tenían mucho de que jactarse, pero ¡ay! les faltaba corazón para Cristo.

Esta Epístola, entonces, se dirige tanto a la Iglesia de Colosas como a la de Laodicea. Se dirige a ellos como habiendo oído de su fe en Cristo Jesús, y su amor a todos los santos. Fue escrita para que pudieran permanecer perfectos y completos en toda la voluntad de Dios, la cual se desarrolla primero en cuanto a su esperanza, luego en cuanto a su relación con el Padre y el Hijo, y su preparación para el cielo y su perfecta posición en el reino celestial del Hijo, luego en cuanto a la doble gloria del Hijo, y como él siendo la plena manifestación de Dios en su plenitud, luego en cuanto al futuro propósito de Dios para la reconciliación de todas las cosas, y la presente reconciliación y administración de la Iglesia, Pablo teniendo un doble ministerio conectado con cada uno.

Trabajaba para que los santos llegaran a la plena certidumbre del entendimiento, al pleno conocimiento de este misterio. Si los santos de Laodicea hubieran escuchado esta palabra, no habríamos tenido la triste palabra dirigida a ellos en Apocalipsis 3, de Aquel que era el Amén, el testigo fiel, el principio de la creación de Dios. En vez de ser ricos, aumentados en bienes, y estar llenos en sí mismos, se habrían adherido a Aquel revelado en esta Epístola, en quien toda la plenitud de la Deidad se reveló corporalmente, habrían sostenido a la Cabeza en debilidad sensible, en vez de ser tibios e indiferentes a él. Oh, que el Señor use el estudio de esta Epístola como antídoto contra la tibieza laodicense, y la use para salvar a los santos de las influencias seductoras de este mundo. Por un lado, está la filosofía gentil y el racionalismo del día, que ha tenido su resultado en las sectas rivales (véase 1 Cor. 1), por otro lado, está el peligro del judaísmo (véase Gálatas y Hebreos). La verdad está en la Persona de Cristo, en quien habita corporalmente la plenitud de la Deidad, y quien es Cabeza sobre todas las cosas; Cabeza de su Cuerpo, y los santos están completos en él. Los santos son responsables de permanecer juntos en unión consciente con él, ¡sostenidos por la Cabeza!