Inédito Nuevo

«Una mañana sin nubes»


person Autor: F. A. HUGHES 3


0 - Introducción

La respuesta inmediata del «centinela» a la pregunta «¿Qué de la noche?» es: «La mañana viene» (Is. 21:11-12). Mientras continúa la larga y oscura noche de la ausencia de nuestro Señor, qué verdadera alegría es la nuestra al esperar «la mañana», una palabra que se encuentra en las primeras y en las últimas páginas de la Escritura.

Está claro que el Dios bendito tenía en mente la mañana desde el principio mismo de la creación, cuando cada día estaba determinado por «la tarde y la mañana». Él «plantó un huerto en Edén, al oriente» –así que antes de la oscura noche del pecado, el día estaba a la vista. El magnífico título inspirado del Salmo 22 indica que antes de que la terrible oscuridad del abandono de la cruz envolviera a nuestro Salvador, la luz de otro día estaba en su corazón: «Para el director del coro; sobre Ajelet-hasahar» («La cierva de la aurora» –LBLA).

1 - Las mañanas en el Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento contiene muchas referencias a la mañana, y cuando las examinamos, no podemos dejar de ver la importancia de estas escrituras típicas para nosotros hoy. La noche de la esclavitud en Egipto terminó «al amanecer» (Éx. 14:27). El derrocamiento total del poder de Dagón llegó «temprano al día siguiente» (1 Sam. 5:4). La derrota completa del ejército asirio se produjo «por la mañana» (2 Reyes 19:35). ¡Cuán benditamente el Señor Jesús, en el capítulo 16 de Juan, habla a su pueblo del gozo que será suyo en esa maravillosa mañana de resurrección, cuando su tristeza se transformará en gozo! Así que el gozo de la victoria sobre la muerte llega «temprano» (Juan 20:1).

En el libro del Éxodo también hay muchas referencias a la mañana. «Por la mañana veréis la gloria de Jehová» (16:7). Esta es la respuesta a las murmuraciones del pueblo. El maná también debía cosecharse por la mañana, una manifestación de la misericordia de Dios hacia su pueblo día tras día, como leemos en otro lugar: «Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad» (Lam. 3:22-23).

En Levítico 6:2 leemos que el holocausto debía estar «sobre el altar toda la noche, hasta la mañana». Así, la fragancia de la devoción de Cristo a la voluntad de Dios llena la noche presente de su rechazo y dura hasta la mañana.

Desde los primeros tiempos, los santos que se conformaron a la voluntad de Dios han apreciado la importancia de la mañana. El notable acontecimiento de Abraham levantándose «muy de mañana» en Génesis 22 nos es bien conocido. A Moisés Dios le ordenó: «Levántate de mañana» (Éx. 9:13). A Josué, el hombre que condujo a Israel a la victoria, se le menciona 4 veces como si se hubiera levantado muy temprano «de mañana» (vean Josué 3:1; 6:12; 7:16; 8:10). También David, cuando su padre le envió al escenario del conflicto, «de mañana» (1 Sam. 17:20).

En el Nuevo Testamento, María Magdalena y sus compañeras fueron al sepulcro «muy temprano» (Marcos 16:2). Esta es ciertamente una palabra que deben atesorar todos los que, por la gracia de Dios, aprecian los intereses de nuestro Señor Jesucristo.

2 - Una mañana única, una mañana sin nubes

La Escritura que encabeza este documento habla de una mañana única –una mañana sin nubes– y claramente tiene a una Persona en mente en esta expresión. ¿Ha visto el mundo alguna vez una mañana sin nubes? En Job 38:7 leemos que las «estrellas del alba» cantaban juntas en el momento de la creación, un momento de lo más maravilloso, pero incluso antes de que el hombre apareciera en escena vemos nubes que opacan el brillo de esa mañana (comp. Is. 14:12-20; Ez. 28). El hombre, por su desobediencia y diligencia a escuchar a la serpiente, ha traído una multitud de pecados, y la gloria del Creador ha sido olvidada, «porque habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias» (Rom. 1:21).

Hemos hablado de la mañana de la liberación de Israel de Egipto y de su esclavitud, pero ¡qué pronto el himno triunfal al Señor (Éx. 15) se convirtió en murmullos! Y así los ojos del pueblo terrenal de Dios se oscurecieron «para no ver» bajo las nubes de la incredulidad (comp. Rom. 11:8).

3 - Las mañanas en el Nuevo Testamento

3.1 - El nacimiento de Jesús

Los Evangelios nos muestran otra mañana cuya gloria sobrepasa todo lo anterior: aquel maravilloso momento en que Cristo nació en el mundo. Zacarías habla del «amanecer de lo alto… para resplandecer sobre los que están sentados en tinieblas» (Lucas 1:78-79). Simeón, sosteniendo al niño en sus brazos, habla de una «luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel» (Lucas 2:32). Los pastores se regocijaron, y «una multitud del ejército celestial» alabó a Dios. «Magos del oriente» vinieron a adorar al que había nacido «rey de los judíos» (Mat. 2:1-2). «En él había vida; y la vida era la luz de los hombres» (Juan 1:4). Así irrumpió en escena la luz de la Encarnación: un Hombre bendito, cargado del amor y de la luz del cielo, cuya palabra y obra expresaban la mejor disposición de Dios para con el hombre. Era seguro que los hombres saludarían con gozo la llegada de tal día. Pero leemos: «La luz resplandece en medio de las tinieblas, y las tinieblas no la apagaron» (Juan 1:5). Las nubes de la incredulidad, de la enemistad y del rechazo siguieron el camino de Jesús, y ese camino de santa perfección le condujo a las sombras y tinieblas de la cruz. Los cielos, radiantes de luz y alabanza en la mañana de aquel precioso día de su nacimiento, quedaron envueltos en una oscuridad silenciosa al final.

3.2 - La mañana de la resurrección

Pero iba a amanecer otra mañana, el «primer día de la semana», un día en que, una vez pasadas las tinieblas, María Magdalena «vio la piedra quitada del sepulcro» (Juan 20:1). La «gloria del Padre» (vean Rom. 6:4) había visitado las tinieblas del sepulcro y había amanecido la “gloriosa mañana de la resurrección”. Las nieblas que rodeaban a esta María fueron ahuyentadas, y la oscuridad de la tarde de Emaús se disiparon con su luz, mientras los corazones felices proclamaban «verdaderamente resucitó el Señor». ¿Es posible que aparezcan nubes en un día así? Mientras María Magdalena y las otras mujeres relataban los acontecimientos de aquella maravillosa mañana, aparecieron inmediatamente las nubes de la incredulidad; sus palabras parecieron un disparate a los apóstoles, «y no las creían». «Al oír que vivía y que ella lo había visto… no lo creyeron».

3.3 - El descenso del Espíritu Santo y el brillante comienzo de la historia de la Iglesia

En Hechos 2, tenemos la llegada de otro día, a menudo llamado el día del Espíritu, cuya introducción estuvo marcada por una deslumbrante demostración del poder divino. Los creyentes «estaban en un mismo lugar». Se podían ver las maravillas de la obra de Dios. «Los apóstoles hacían prodigios y señales». 3.000 almas fueron añadidas en un día, y la obra continuó mientras los creyentes «estaban juntos», partiendo «el pan en las casas», «alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y cada día el Señor añadía a la Iglesia». Hombres y mujeres, llenos del Espíritu Santo, marcados «con gran poder» y «una abundante gracia» (4:33), triunfaban en el nombre de Jesús y en la verdad de su exaltación a la diestra de Dios en el cielo. A pesar de los líderes religiosos y de los consejos de los hombres, no se dejaron amilanar. Dejaron a un lado sus propios intereses y los apóstoles enseñaban al pueblo y anunciaban «en nombre de Jesús la resurrección de entre los muertos» (4:2). ¡Qué brillante comienzo de día! Por desgracia, leemos al principio de Hechos 5:1: Pero de nuevo en Hechos 6: «se quejaban». Y así aparecieron las nubes del egoísmo, la mentira y la insatisfacción –y la historia temprana de la Iglesia dejó de ser “una mañana sin nubes”.

3.4 - El bendito servicio del apóstol Pablo y las nubes al final de su vida

Por último, tenemos el servicio del apóstol Pablo, a quien se le confió la verdad especial que ha iluminado el día en que vivimos. Dirigiéndose a los ancianos de Éfeso, dijo: «Bien sabéis cómo me he comportado con vosotros todo el tiempo, desde el primer día que puse los pies en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad… porque sin vacilar os he declarado todo el consejo de Dios» (Hec. 20:18-27). Lo que estaba en el corazón de Dios desde antes de la fundación del mundo, sus pensamientos de bendición y gloria eran ahora proclamados en toda su plenitud. La verdad de Cristo y de su Iglesia, la cercanía de la Iglesia a él y su regreso para recibirla en su seno, todo ello se presenta a los creyentes para su gozo presente en el poder del Espíritu de Dios. El «beneplácito de su voluntad» (Efe. 1:5), «el misterio de su voluntad» (v. 9), el «consejo de su voluntad» (v. 11), «la riqueza de su gloria» (Efe. 3:16) son algunas de las verdades selectas que nos están presentadas a través del ministerio del apóstol. Y cuya feliz posesión debería producir un espíritu de adoración y respuesta afectuosa a Aquel que está en el centro de todo, nuestro Señor Jesucristo, el gran tema del ministerio de Pablo. Una vez más se han juntado las nubes –«Se apartaron de mí todos los de Asia» (2 Tim. 1:15), dice Pablo, y Juan, escribiendo a los santos de Éfeso, debió escribir: «Has dejado tu primer amor» (Apoc. 2:4).

3.5 - La Estrella de la Mañana

En la última página de la Escritura oímos decir al Señor Jesús: «Yo soy… la estrella resplandeciente de la mañana» (Apoc. 22:16). La palabra «Estrella de la Mañana» utilizada en este versículo no parece haber sido empleada antes en las Escrituras. Denota algo excepcionalmente brillante, y al ver la «Estrella de la Mañana» personificada en Cristo, alcanzaremos por fin un estado que no conoce nubes, pues la gloria de esta bendita Persona brillará para siempre sin alteración. Sus perfecciones serán la luz inmutable del día eterno.

Mientras nos encontramos en un nuevo año en la historia de un mundo donde Cristo es rechazado y no está buscado, que la gloria de Aquel que iluminará el día de Dios pueda ser consagrada en nuestros corazones, y que podamos ser encontrados cada vez más caminando en la tierra como a «todos los que aman su aparición» (2 Tim. 4:8).