SER

Hayah (1961, הָיה), «ser, acontecer, llegar a ser». Este verbo solo se encuentra en hebreo y arameo. Se constatan unos 3.560 casos del término en el Antiguo Testamento, tanto en hebreo como en arameo.

A menudo el verbo indica más que existencia o identidad (esto se puede hacer aun sin el verbo). Más bien, enfatiza de manera muy particular la existencia (ser) o la presencia de una persona u objeto. Sin embargo, en las versiones en castellano se suele usar simplemente el término «acontecer».

El verbo puede usarse para resaltar la presencia de una persona (p. ej. el Espíritu divino Jueces 3:10), una emoción (p. ej. temor, Gén. 9:2) o una situación (p. ej. maldad, Amós 3:6). El verbo destaca la presencia (u ausencia) de cada uno de estos casos o sea que es determinante.

Por otro lado, hay algunos casos en que hayah sí quiere decir sencillamente «acontecer, ocurrir». Solo se enfatiza el acontecimiento, como se puede observar en la siguiente declaración inmediatamente después del primer día de la creación: «Y fue así» (Gén. 1:7). Con este mismo sentido, hayah se traduce con frecuencia «aconteció».

Las diversas partículas que pueden acompañar al verbo matizan su significado. Por ejemplo, en pasajes que expresan maldición o bendición, el verbo no solo se usa para especificar el objeto de la acción, sino también las fuerzas dinámicas que están por detrás y por dentro de la acción. Gén. 12:2, para citar un ejemplo, se narra que Dios dijo a Abram: «Te bendeciré y engrandeceré tu nombre, y serás [hayah] bendición». Abram ya había sido bendecido, así que la declaración divina le otorga una bendición futura. Cuando hayah se usa en citas como estas indica que el cumplimiento está asegurado por el poder y autoridad de quien promete. Abram será bendecido porque así lo ha establecido Dios.

En otro grupo de pasajes, hayah constituye intención en vez de cumplimiento. O sea, la bendición se hace promesa y la maldición amenaza (cf. Gén. 15:5).

Finalmente, en un uso aun menos marcado de hayah, la bendición o la maldición indican apenas un querer o desear (cf. Sal. 129:6). Con todo, el verbo sigue siendo un tanto dinámico, puesto que reconoce la presencia de Dios, la fidelidad del ser humano (o su rebeldía) y la intención de Dios de lograr lo que se ha propuesto.

En relatos de milagros, hayah con frecuencia aparece en el clímax de la historia para confirmar la veracidad del acontecimiento. La mujer de Lot miró hacia atrás y «se convirtió» [hayah] en estatua de sal (Gén. 19:26); el uso de hayah confirma que el hecho en realidad aconteció. Este es también el énfasis del verbo en Gén. 1:3, en donde Dios dice: «Sea la luz». Dios cumplió con su palabra en que «fue la luz».

Los profetas usan hayah para proyectar hacia el futuro las intervenciones divinas. Lo emplean no tanto para enfatizar las circunstancias y los hechos anunciados que en verdad ocurrieron, sino más bien para indicar la fuerza divina subyacente que hace posible que ello acontezca (cf. Isa. 2:2).

En pasajes jurídicos que describen la relación divina con el pueblo del pacto se usa hayah para establecer el deseo y la intención de Dios (cf. Éx. 12:6). Los pactos entre dos personas casi siempre incluyen hayah en sus fórmulas legales (Deut. 26:17-18; Jer. 7:23).

Uno de los usos más discutidos de hayah aparece en Éx. 3:14, donde Dios comunica su nombre a Moisés. Dice: «YO SOY [hayah] EL QUE SOY [hayah]». Puesto que el nombre divino Jehov̆ o Yahvı era bien conocido mucho antes (cf. Gén. 4:1); esta revelación quiere, quizás, destacar que el Dios que establece el pacto es el mismo que lo cumple. Por tanto, Éx. 3:14 es más que una simple afirmación de identidad: «Yo soy el que soy»; es una declaración del control divino sobre todas las cosas (cf. Oseas 1:9).

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