SACRIFICAR, MATAR

A - Verbo

Zabaj (2076, זבַַח), «matar, sacrificar». Término semítico que en general se refiere a sacrificar, aunque hay varios otros que se emplean en el Antiguo Testamento para referirse a los sacrificios rituales. No cabe duda de que es uno de los términos más importantes del Antiguo Testamento. Aparece más de 130 veces durante todos los períodos del Antiguo Testamento hebraico en sus formas verbales y más de 500 en sus formas sustantivas. Traducida como sustantivo, aparece por primera vez en Gén. 31:54 (RVA): «Entonces Jacob ofreció un sacrificio en el monte y llamó a sus parientes a comer. Ellos comieron y pasaron aquella noche en el monte». En Éx. 20:24 el vocablo se usa en relación de los tipos de sacrificios que había que ofrecer.

Si bien la ley Mosaica requería ofrendas de grano y de incienso (cf. Lev. 2), el tipo principal de «sacrificio» era de sangre, que requería matar un animal (cf. Deut. 17:1; 1 Cr. 15:26). La sangre se vertía en el altar porque la sangre contenía la vida: «Porque la vida del cuerpo se encuentra en la sangre, la cual yo os he dado sobre el altar para hacer expiación por vuestras personas. Porque es la sangre la que hace expiación por la persona» (Lev. 17:11 RVA; cf. 1 Tes. 9:22). Puesto que la sangre es el vehículo de la vida, pertenecía solo a Dios. Como la sangre que es vida, y como se entragaba a Dios al verterse en el altar, constituía el medio de hacer expiación de pecados, pero como ofrenda por el pecado y no porque tomara el lugar del pecador.

Zabaj quería decir también «matar para comer». Así se usa en 1 Reyes 19:21 (RVA): «Eliseo dejó de ir tras él. Luego tomó la yunta de bueyes y los mató. Y con el arado de los bueyes cocinó su carne y la dio a la gente para que comiesen». Este uso esta muy estrechamente ligado a «matar en sacrificio» porque toda comida de carne entre los antiguos hebreos tenía un sentido sacrificial.

B - Nombres

Zebaj (2077, זֶבַַח), «sacrificio». Este nombre se halla más de 160 veces en hebreo bíblico. Los «sacrificios» que eran parte de los ritos del pacto incluían el rosamiento de la sangre sobre el pueblo y alrededor del altar, para simbolizar que Dios era parte del pacto (véase Éx. 24:6-8). Otro gran «sacrificio» era el «sacrificio de la fiesta de la pascua» (Éx. 34:25). En este caso el sacrificio del cordero brindaba el alimento principal de la comida de la pascua y la sangre se rociaba sobre los postes y el dintel de la casa como señal que el ángel de la muerte vería (Éx. 12:27).

Los «sacrificios» de animales no pertenecían únicamente al culto israelita; por lo general formaban parte de todos los cultos antiguos. A decir verdad, los procedimientos rituales eran semejantes, sobretodo entre la religión isrelita y los cultos cananeos. Sin embargo, los significados israelitas varían marcadamente de los significados paganos, ya que el uno se ofrendaba al único y verdadero Dios que guarda su pacto con Israel y el otro se ofrecía a los dioses cananeos.

El nombre zebaj se aplica a «sacrificios» al único y verdadero Dios en Gén. 46:1 (RVA): «Así partió Israel con todo lo que tenía y llegó a Beerseba, donde ofreció sacrificios al Dios de su padre Isaac» (cf. Éx. 10:25; Neh. 12:43). El sustantivo se refiere a «sacrificios» a otras divinidades en Éx. 34:15 (RVA): «No sea que hagas alianza con los habitantes de aquella tierra, y cuando ellos se prostituyan tras sus dioses y les ofrezcan sacrificios, te inviten, y tú comas de sus sacrificios» (cf. Núm. 25:2; 2 Reyes 10:19).

La idea del «sacrificio» pasa decididamente al Nuevo Testamento, donde Cristo se hace «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29). El autor de Hebreos enfatiza el hecho de que con el «sacrificio» de Cristo los «sacrificios» ya no son necesarios (1 Tes. 9).

Mizbeaj (4196, מִזְבחַ), «altar». Este vocablo se usa más de 400 veces en el Antiguo Testamento. Su uso frecuente es otra evidencia bien clara de la importancia del sistema sacrificial en Israel. El primer caso de mizbeaj se encuentra en Gén. 8:20, en donde Noé construyó un «altar» después del diluvio.

Innumerables son los «altares» que se registran en el Antiguo Testamento en el devenir de la historia de la salvación: el «altar» de Noé (Gén. 8:20); los de Abram en Siquem (Gén. 12:7), en Bet-el (Gén. 12:8) y en el monte Moriah (Gén. 22:9); el de Isaac en Beerseba (Gén. 26:25); de Jacob en Siquem (Gén. 33:20); de Moisés en Horeb (Éx. 24:4); de Samuel en Ramá (1 Sam. 7:17); del templo de Jerusalén (1 Reyes 6:20; 8:64); y los dos «altares» previstos por Ezequiel en el templo restaurado (Ezeq. 41:22; 43:13-17).

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