Los que temen al Señor
Malaquías 3:16-18
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El cuadro que nos presenta estos versículos forma un gran y precioso contraste con el que encontramos en el resto de este libro, que nos da la triste descripción del estado de ruina moral del pueblo que había vuelto del cautiverio de Babilonia, menos de cincuenta años después del ministerio de Nehemías. Es alentador comprobar que Dios nunca se queda sin testimonio: en los días más oscuros, suscita hombres fieles que se aferran a su Palabra y a sus promesas y se niegan a participar en la mundanidad que les rodea. Así lo demuestra la parte de este libro que se recuerda al principio de estas líneas: «Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero» (v. 16). La palabra entonces es importante: al mismo tiempo que se manifiesta la apostasía del cuerpo profeso, Dios se reserva un pequeño remanente cuya piedad brilla con mayor fulgor cuanto más oscuro es el cuadro de la iniquidad creciente. Lo mismo ocurre al final de la historia de la Iglesia. La carta a la asamblea de Filadelfia (Apoc. 3:7-12) nos da el cuadro profético de una bendita obra del Espíritu de Dios, por la cual, poco antes del fin del tiempo de la paciencia de Dios, se recordaron a los santos preciosas verdades olvidadas durante mucho tiempo: muchos de ellos fueron llevados de nuevo al terreno de la obediencia a las Escrituras y, a pesar de su gran debilidad, gozan de la aprobación de Aquel que es el Santo y Verdadero, porque guardan su Palabra y no niegan su Nombre. Que podamos formar parte de este remanente fiel, que espera la venida del Señor.
El piadoso remanente de Malaquías tiene tres caracteres dignos de nuestra atención:
1. Temían a Jehová (v. 16). Este temor filial, que provenía del conocimiento que estas almas fieles habían adquirido de sus derechos, de su carácter, de su amor, de su santidad y de la relación que su pueblo tenía con él, se manifestaba en la obediencia a su Palabra. Esto es también lo que se requiere de nosotros y lo que el Señor reconoce en Filadelfia, a la que puede decir: «Has guardado mi palabra» (Apoc. 3:8). Estos testigos del fin, como los de la época de Malaquías, se aferran a las Escrituras de inspiración divina, como única guía en medio de las tinieblas y de la ruina; en ellas encuentran su alimento, su consuelo y su apoyo. Ellas les enseñan a temer y a servir a Aquel cuya autoridad y gloria reconocen, desconocidas por una profesión sin vida, madura para la apostasía.
2. «Los que piensan en Su nombre» (v. 16). Este nombre expresa todo lo que él es, sus perfecciones, sus glorias, su santidad, su amor. De todas sus perfecciones daban testimonio estos fieles, declarando altamente cuáles eran las características del Maestro al que servían, en medio de los que lo despreciaban. Esto es también lo que el Señor reconoce en sus santos en Filadelfia que no niegan su Nombre (Apoc. 3:8). Toda su conducta está formada por la revelación de las glorias de su Persona y lleva la huella de la misma. Él es «el Santo, el Verdadero», Dios manifestado en carne: los suyos reconocen y proclaman lo que él es, y rechazan cualquier infracción de sus derechos y de la verdad de su Persona y de su obra. «Lo llamarás Jesús (Jehová, Salvador); porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mat. 1:21). Sus glorias divinas y humanas están contenidas en ese bendito Nombre: Él es tanto Dios como Hombre, y la excelencia de su obra fluye de la gloria eterna de su Ser, así como de la perfección de su humanidad.
3. «Hablaron cada uno a su compañero» (v. 16). Se sentían atraídos unos a otros en una santa comunión fraternal, porque tenían el mismo objeto bendito, la misma Persona gloriosa ante sus ojos, así como las mismas esperanzas, la misma meta y, finalmente, los mismos sufrimientos y dificultades. Se animaban mutuamente a caminar por el camino de la obediencia a pesar de todos los obstáculos que el enemigo les ponía en el camino, y se ayudaban mutuamente mediante la manifestación práctica del amor fraternal. Esto es también lo que sentían los santos de Filadelfia. El nombre de esta asamblea significa: amor fraternal. ¿No podemos decir que estas dos palabras resumen el carácter práctico del testimonio de Filadelfia que surge de su comunión con Aquel que es el Santo y Verdadero?
El comienzo del evangelio según Lucas nos presenta también el maravilloso cuadro de los frutos de la misma gracia operando en los corazones de algunos humildes testigos del Señor: Zacarías, Isabel, María, José, Ana, Simeón y otros fieles tenían caracteres similares a los que acabamos de considerar. Temían al Señor (Lucas 1:6), pensaban en su Nombre (v. 46-47) y hablaban juntos de su esperanza común (v. 65-66), ligada a la venida del Mesías prometido.
Jehová da a conocer a su siervo Malaquías su aprecio por la fidelidad y la piedad de este pequeño remanente. En relación con esto último, se nos dan tres afirmaciones que animan a la fe:
1. «Jehová escuchó y oyó» (v. 16). Participaba en sus comunicaciones fraternales. Como sigue ocurriendo hoy, él encontraba su deleite en la reunión de sus santos; estaba en medio de ellos, escuchando sus oraciones, sus alabanzas y las palabras de edificación, ánimo y exhortación que se dirigían unos a otros. Este pensamiento de que el Señor está presente con los suyos reunidos en su Nombre debe darnos un profundo sentido de la solemnidad de tal privilegio y de la importancia de un verdadero ejercicio de corazón y de conciencia en todos los que se reúnen en torno a él, para que todo lo que se hace en nuestras reuniones pueda soportar su mirada escrutadora, y para que podamos disfrutar de su aprobación y bendición.
Las palabras de Tomás a los demás discípulos después de la resurrección del Señor y el encuentro que tuvo con ellos el primer día de la semana, son respondidas por él de una manera que ilustra esta verdad. El que escudriña los corazones y los lomos había escuchado la expresión de su incredulidad (Juan 20:24-25). Por eso, ocho días después, debe darle una seria lección y decirle: «No seas incrédulo, sino creyente» (v. 27). Recordemos esta solemne, aunque preciosa, afirmación del profeta: «Jehová escuchó y oyó». Que podamos decir siempre con el apóstol Pablo: «Sino que con sinceridad, como de parte de Dios, delante de Dios, hablamos en Cristo» (2 Cor. 2:17).
2. «Fue escrito libro de memoria delante él para los que temen a Jehová» (v. 16). Su testimonio fiel está registrado en un libro de memoria que será abierto ante el tribunal de Cristo y su recompensa será grande en ese día. El libro de Ester nos proporciona una ilustración de esta verdad. Podría parecer que la devoción de Mardoqueo por la vida del rey no había tenido ninguna recompensa (Ester 2:21-23). Pero Dios velaba por su siervo: su acto de fidelidad queda cuidadosamente registrado en los anales del reino, y en el momento señalado por Aquel que dirige todos los acontecimientos para su gloria y el bien de su pueblo, el relato de esos acontecimientos es puesto ante los ojos del rey y recompensado como debe ser.
3. «Serán para mí especial tesoro… en el día que yo actúe» (v. 17). Hay un día por venir que se caracterizará por el despliegue del poder y de la gloria de Cristo: es el día en que Él hará y estará marcado por lo que Él mismo es, en contraste con el día actual que se llama el día del hombre, el día en que él afirma su independencia de Dios y hace su propia voluntad, sin preocuparse por su Palabra y por su juicio. En el glorioso día venidero, los fieles que han sufrido con Cristo serán manifestados como su tesoro especial, altas piedras de corona (Zac. 9:16), joyas preciosas que Él vestirá con su propia belleza. En ese día, el mundo sabrá que hemos sido amados por el Padre como el propio Cristo (Juan 17:23). Los que despreciaban y perseguían a los santos estarán ellos mismos en la tribulación, mientras que los santos disfrutarán del descanso y de la gloria con su amado Salvador (2 Tes. 1:7). «Si sufrimos con él, también reinaremos con él» (2 Tim. 2:12; Rom. 8:17). ¡Qué estímulo para serle fiel en medio de la creciente apostasía que nos rodea! (Hebr. 3:14; 1:9). Los valientes que siguieron a David en el desprecio y la persecución estuvieron con él el día que ascendió al trono y compartieron su triunfo (2 Sam. 23:8-39).
«Los perdonaré» (v. 17). Estos fieles serán salvados, como lo será el remanente piadoso que, al final, pasará por la gran tribulación para entrar en el reino del Mesías (Zac. 13:9). A los santos de Filadelfia se les promete que serán guardados «de la hora de la prueba que ha de venir sobre todo el mundo habitado, para probar a los que habitan sobre la tierra» (Apoc. 3:10).
«Entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve» (v. 18). Esta palabra se refiere a la masa incrédula que había dicho que los impíos eran tan agradables a Dios como los justos (v. 15). En aquel día en que la iniquidad será visitada por los implacables juicios de la venganza divina, veremos la diferencia que Dios hace «entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve» (v. 18). Entonces los justos serán perdonados, liberados y bendecidos, y los malos castigados y desterrados de su rostro.
Que podamos, esperando ese día de gozo y gloria, temer y servir al Señor, guardando su Palabra y no negando su Nombre.
Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1921, página 113