Escudriñad las Escrituras: Efesios 4 al 5:2


person Autor: Sondez les Écritures 5 (Marc ALLOVON)


1 - La unidad del Cuerpo y los dones de Cristo: Efesios 4:1-16

1.1 - Guardar la unidad del Espíritu, versículo 1-3

1.1.1 - El prisionero en el Señor

Pablo estaba en la cárcel por haber predicado el Evangelio a las naciones. Después de haber mencionado este hecho al principio del capítulo 3, interrumpe la exposición de las exhortaciones que tenía previstas para desarrollar el misterio de Cristo. Haciendo un gran paréntesis (3:2-21), demuestra el lugar dado a los creyentes de las naciones en el Cuerpo de Cristo, la Asamblea mediante la cual Dios quería glorificarse. Pablo sigue con sus exhortaciones al principio del capítulo 4.

1.1.2 - Os exhorto a…

Dios empieza siempre dando liberalmente; luego espera de los que reciben que entiendan el valor de lo que ha dado y que hagan buen uso. Esto aclara el esquema de esta Epístola y de muchas otras. Estremecido por la inmensidad de los designios y del amor de Dios, Pablo primeramente ha presentado las riquezas de las cuales Dios quiere llenar a los suyos y dirigido a Dios la alabanza que corresponde. Luego Pablo habla a los efesios para exhortarlos a que entiendan las consecuencias prácticas. La verdad cristiana debe ser vivida. Si se recibe como un conjunto de conocimientos sin efecto en la vida práctica, la conciencia se endurece y uno llega a ser fariseo. Pablo no era un hombre teórico, pues sentía en su cuerpo los sufrimientos del Evangelio. Deseaba ardientemente que los efesios viviesen prácticamente a la altura de lo que habían recibido. A los que «sentó con él en los lugares celestiales en Cristo Jesús» (2:6), les manda que anden «de manera digna del llamamiento» (= que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados), también llamada en Filipenses 3:14 «el celestial llamamiento de Dios en Cristo Jesús».

1.1.3 - Andar como es digno del llamamiento

Nuestra responsabilidad está en relación con todo lo que Dios nos da: lo que ya hemos recibido y a lo cual nos destina. Hemos sido bendecidos «con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo» (1:3) y somos destinados a recibir una plena herencia. Los que Dios «llama a su reino y gloria» (1 Tes. 2:12), deben vivir en adelante conforme a esta meta gloriosa. Dios sabe muy bien que no podrían ser felices de otra manera. En cada una de las tres epístolas que siguen, el apóstol da un nuevo motivo para andar dignamente:

  • En Filipenses 1:27, estamos exhortados a comportarnos «de manera digna del evangelio». El Evangelio anunciado por un creyente tendrá poder solo si lo que anuncia está confirmado por su andar. Lo que soy habla más de lo que digo.
  • En Colosenses 1:10, se trata de andar «como es digno del Señor», cuyas glorias están expuestas en el primer capítulo. Mi boca estará cerrada para anunciarlas si mi comportamiento no honra al Señor.
  • En 1 Tesalonicenses 2:12, los creyentes están exhortados a andar «como es digno de Dios», este Dios viviente y verdadero hacia quién se habían vuelto, abandonando a sus ídolos; este Dios que también les llamaba a su propio reino y a su propia gloria.

1.1.4 - Humildad y mansedumbre

¿Cuáles son los caracteres que debemos manifestar para estar en harmonía con este glorioso llamamiento? El primero es la humildad. (Aquí se puede notar siete caracteres: la humildad, la mansedumbre, el soporte (de soportar), la paciencia, el amor, la unidad y la paz). Después de haber explicado la gloriosa parte que nos es reservada en los designios eternos de Dios, así como nuestra relación con Cristo y con el Padre mismo, el Espíritu Santo vigila para que nuestro corazón astuto no se atribuya ningún mérito y no se envanezca. (Se ha observado el mismo cuidado al principio del capítulo 2. Era también para el apóstol Pablo el motivo del aguijón en su carne, 2 Corintios 12:7).

La mansedumbre sigue a la humildad, por los mismos motivos. Esta, junto con la humildad, ha caracterizado a Cristo mismo «manso y humilde de corazón» (Mat. 11:29). No es sorprendente que, conscientes de nuestra parte celestial en él, estemos llamados a manifestar algunos rasgos de aquél que está en el cielo. ¿Pero en qué medida los manifestamos verdaderamente?

1.1.5 - La paciencia y el soporte

La longanimidad añade la paciencia a la mansedumbre. Esta virtud es de mucha importancia en las dificultades actuales, en todas nuestras relaciones, aguardando el cumplimiento de nuestra esperanza. Los creyentes son un solo Cuerpo en Cristo y tienen una misma esperanza; tienen que andar juntos y tendrán que enfrentar temas de fricción. La exhortación al soporte mutuo incita a la humillación; si tengo que soportar a mis hermanos y hermanas, significa que ellos también deben soportarme a mí. Soportar en el amor no es una simple resignación, sino la búsqueda paciente y activa del bien de los que amamos.

1.1.6 - Guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz

Los creyentes han sido formados en un solo Cuerpo por el Espíritu Santo (1 Cor. 12:13). Esta unidad del Cuerpo de Cristo, siendo él la Cabeza, no puede ser alterada; ella subsiste, pues resulta de una operación divina y será plenamente manifestada cuando Cristo sí mismo se presente la Asamblea gloriosa. Pero la unidad de los miembros del Cuerpo de Cristo, establecida por el Espíritu Santo, imprime sobre ellos un carácter que debería verse también en su vida colectiva en la tierra. Existen muchas trabas y esta unidad tiene tendencia a desaparecer. Por lo tanto, estamos exhortados a guardarla, a retenerla mediante el vínculo de la paz. Esto se realiza primeramente cuando todos los miembros se preocupan los unos por los otros en la asamblea local (1 Cor. 12:25; Fil. 2:3-5; 1 Pe. 5:5). Entonces la paz marcará las relaciones fraternales de confianza y de libertad.

1.1.7 - Una consecuencia práctica

Ya que somos un solo Cuerpo en Cristo, las asambleas locales de creyentes reunidos en (o hacia) el nombre del Señor Jesús, no son independientes. Cada una de ellas trata de mostrar localmente lo que es la Asamblea, el Cuerpo de Cristo entero. Así tiene conciencia de que es solamente una expresión del Cuerpo entero. Para cada decisión, busca el pensamiento del Señor, al cual está sumisa, mediante el socorro del Espíritu Santo, con humildad, mansedumbre, longanimidad, soporte y amor para con todos los miembros del Cuerpo. Entonces, ella será guardada en la unidad del Espíritu y su decisión será reconocida por las otras asambleas, como también ella reconocerá las de las otras. Si existen algunas divergencias, tanto más es necesario humillarse ante el Señor para que disponga los corazones a recibir su pensamiento y ayudarse mutuamente para reconocerlo.

1.2 - El centro divino de la unidad: versículos 4-6

Después de haber exhortado a los creyentes a «guardar la unidad del Espíritu», el apóstol desarrolla los diversos puntos de vista bajo los cuales la unidad (el adjetivo «solo» se repite siete veces en los v. 4-6) puede ser enfocada en relación con las tres personas divinas, el Espíritu, el Señor y Dios el Padre.

1.2.1 - Un solo Espíritu

El apóstol vuelve a la enseñanza de los primeros capítulos, a la revelación del misterio que había sido escondido hasta entonces: «Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu». El Cuerpo de Cristo formado por el Espíritu Santo (Efe. 1:13, 23; 2:16, 18; 3:3-6) es animado por «el único (= solo) y el mismo Espíritu» (1 Cor. 12:11-13) que pone en relación aquí en la tierra los miembros con la Cabeza (o el Jefe), es decir, a Cristo en el cielo. Se añade «como también fuisteis llamados a una sola esperanza de vuestro llamamiento». El llamamiento celestial es, en esta Epístola, el fundamento de la doctrina y el de la marcha práctica. Pablo oraba fervientemente para que los efesios supiesen cuál es la esperanza del llamamiento de Dios y hacía de ella el motivo de su exhortación (cap. 4:1). La unidad del Cuerpo de Cristo, la de sus miembros ligados a la cabeza, es una realidad en la tierra (lugar en donde están los miembros) y en el cielo (lugar en donde está la Cabeza). Toda nuestra vida en la tierra debe mostrarla.

1.2.2 - Un solo Señor

Si Dios forma tal unidad, necesariamente él es el centro. No da su gloria a otro. Ya que él es el centro, cada persona divina contribuye a esta unidad. La fe cristiana es la fe en el Señor Jesús; también es el conjunto de la verdad revelada por él. No existen varios objetos de fe distintos ni tampoco muchas variantes de diferentes doctrinas: «Si… fuisteis enseñados por él, conforme a la verdad que hay en Jesús» (v. 21). Uno es bautizado en el nombre del Señor y no hay otro bautismo en el periodo actual. El bautismo «a Moisés» (1 Cor. 10:1-2) y el bautismo de Juan tuvieron lugar en el pasado.

1.2.3 - Un (solo) Dios y Padre de todos

Todos los creyentes que viven actualmente son hijos de Dios: conocen al Padre y son miembros de la misma familia. Es también de él que todas las cosas proceden; está encima de todo y de todos los hombres; está en todos los lugares y mora en todos los creyentes (nosotros todos).

1.2.4 - La esfera de la unidad

Dios, en las tres personas divinas, es el centro de la unidad. Los tres aspectos de esta unidad son revelados a los creyentes, quienes tienen acceso por Cristo y por un mismo Espíritu al Padre (2:18). Es su parte bendita. No obstante, a estos tres aspectos de la unidad se relacionan tres esferas cuya dimensión va creciendo.

Solo los que han creído y que han sido sellados por el Espíritu Santo son miembros del Cuerpo de Cristo (1 Cor. 12:13).

El Señor Jesús es anunciado al mundo, pero no son los que dicen: «¡Señor, Señor!» que serán reconocidos por él como suyos (Mat. 7:21). El conjunto de todos los que son bautizados en el nombre del Señor constituyen la cristiandad. En esta esfera, más extendida que el Cuerpo de Cristo, se encuentran mezcladas, con personas verdaderamente creyentes, otras que solo profesan ser cristianas.

Dios es el Padre de todos los que han aceptado a Cristo. Llegaron a ser sus hijos, nacidos de Dios (Juan 1:12-13) y su Espíritu mora en ellos (Rom. 8:11). Pero todos los hombres han sido creados por él, a su imagen. «Porque también de él somos linaje» (Hec. 17:28). Además, haciéndose conocer como Padre mediante el Evangelio, Dios ha dado a conocer a todos los hombres que los ama y que los considera como hijos extraviados, de los cuales espera su retorno (Lucas 15:20). Lo había ya declarado a los hijos de Israel alejados de él (Is. 63:16). No existe otro Padre tan lleno de amor para con sus criaturas hacia el cual podamos dirigirnos. Esta tercera esfera de unidad incluye a todos los hombres, incluso a los que no quieren aprovechar esta salvación.

1.3 - Cristo subido al cielo, da (reparte) dones: versículos 7-10

Dios nos ha colmado, colectivamente, de bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo (1:3). Todos los creyentes, judíos y naciones, están ligados en un solo Cuerpo a Cristo elevado en el cielo. Pero cada uno de nosotros ha recibido de Cristo un don de gracia. Su medida es adaptada a aquel que lo recibe y su utilización contribuye al bienestar de todo el Cuerpo.

Pablo hace referencia a una cita del Salmo 68 (v. 18) para demostrar que estos dones habían sido anunciados con antelación, siendo una consecuencia de la elevación de Cristo, hombre glorificado, después de su triunfo sobre el Enemigo, quien retenía a los hombres cautivos bajo su poder (Hebr. 2:15). Muchos pensamientos se agrupan cuando contemplamos el camino recorrido por aquel que hace tales dones, Cristo mismo. Su grandeza estalla en este triunfo: Dios lo hizo sentar «a su diestra… por encima de todo principado, y autoridad, y poder, y señorío… no solo en este siglo, sino también en el venidero» (1:20-21).

Pero aquel que ha subido no es un hombre que ha sido elevado por encima de su condición natural, sino Cristo, a quién pertenecía esa posición gloriosa desde la eternidad; y este Hijo eterno quiso bajar voluntariamente. No solamente se anonadó haciéndose hombre en la tierra, sino que se despojó, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte (Fil. 2:7-8), en la tumba. Es Dios quien lo resucitó de entre los muertos para elevarlo a la gloria. El Espíritu de Dios nos hace recordar, una vez más, lo que Cristo tuvo que padecer. Esta epístola, que desarrolla los gloriosos resultados de la obra de Cristo, no menciona explícitamente sus sufrimientos, sino que habla de su sumisión o humillación y de su sacrificio, para hacer resaltar:

Es el mismo, pues, que ha bajado y que ha subido, no solamente «al cielo» (1 Pe. 3:22), sino «a la diestra de Dios». Es el lugar de aquel que llena todas las cosas (el apóstol presenta tres veces esta plenitud 1:10; 1:22-23; 4:10). Él ha recibido este lugar como consecuencia de haber cumplido la obra de la redención.

1.4 - Los dones de Cristo y su objetivo, versículos 11-16

Antes de examinar brevemente lo que son estos dones, parémonos aún en su fuente: Cristo hombre resucitado y glorificado por Dios, después de su sumisión o humillación hasta la muerte y su victoria sobre el enemigo. ¡Qué precio deberíamos atribuir a lo que nos ha dado desde lo alto! Cristo elevado al cielo da la gracia a cada uno de los miembros de su Cuerpo, según la medida que él juzga útil, para el bien o bienestar del Cuerpo entero. Los dones no son capacidades particulares que Cristo ha otorgado a ciertos miembros del Cuerpo; son las personas, los miembros del Cuerpo que Cristo ha preparado y que él da al Cuerpo. El apóstol presenta aquí solamente los dones fundamentales y permanentes que tienen por objeto la formación y el crecimiento del Cuerpo hasta que sea completo (v. 13). Los dones secundarios, temporales o milagrosos mencionados en Romanos 12 y 1 Corintios 12, no se nombran aquí.

Los apóstoles han sido dados con miras a poner los fundamentos de la doctrina cristiana (2:20; véase Hec. 2:42; 1 Cor. 3:10) y para ejercer la autoridad por parte del Señor (Hec. 5:3-5; 8:14; 2 Cor. 13:10). El «misterio de Cristo», de la Asamblea, Cuerpo de Cristo, ha sido revelado a los «apóstoles y profetas» (3:5), es decir a los apóstoles del Nuevo Testamento, a quienes Dios ha confiado también este servicio de profeta. La misión de los apóstoles en favor de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, es distinta de la de los doce (después de la elevación de Cristo, los doce son los once apóstoles escogidos por él [Judas decaído de su servicio] y Matías quien fue contado con ellos, Hec. 1:26) que habían estado con Cristo durante su vida y que fueron los testigos de su resurrección. Pablo ha sido llamado del cielo por el Señor, sin haberlo conocido anteriormente. Bernabé y otros fueron también añadidos. Los escritos de los «apóstoles y profetas» que nos han sido conservados, son llamados «los escritos de los profetas» (Rom. 16:26) y son puestos al mismo nivel que «las demás Escrituras» inspiradas por Dios (2 Pe. 3:16; 2 Tim. 3:16). Es por medio de estos escritos que perduran su ministerio y su autoridad (1 Juan 4:6).

Los profetas hablan de parte de Dios en la Asamblea «para edificación, exhortación y consolación» (1 Cor. 14:3). Su mensaje, adaptado al estado y a las circunstancias de los presentes, alcanza el corazón y la conciencia mediante la palabra de Dios, hoy completa (Col. 1:25; Apoc. 22:18).

Esta Palabra está abierta y aplicada por el Espíritu Santo, sin que se añada ninguna revelación nueva.

Los evangelistas tienen como misión la predicación del Evangelio, la buena nueva de la salvación por gracia, en todos los lugares donde el Señor, quien los ha llamado, los envía (Rom. 10:15). Este mensaje se dirige primeramente a los inconversos de entre las naciones para llevarlos a la fe en Cristo. Pero «la palabra de la verdad del evangelio» (Col. 1:5) incluye todas las consecuencias de la redención aplicada a la vida presente y a la esperanza celestial. Este era el Evangelio que Pablo deseaba anunciar a los romanos ya convertidos (Rom. 1:15).

Los pastores y los doctores tienen como función cuidar del rebaño y alimentarlo. Los pastores deben aplicar la enseñanza de la Palabra a las circunstancias de la vida presente, a menudo mediante contactos individuales. Es la razón por la cual el don de pastor está relacionado aquí al de doctor. Cuando este último don es presentado por separado (Hec. 13:1; 1 Cor. 12:28), tiene como objeto el exponer la palabra justamente, la sana doctrina (1 Tim. 1:10; 2 Tim. 4:3), sin añadir el servicio pastoral, más difícil en la aplicación práctica a las necesidades particulares.

La finalidad de los dones está claramente indicada en tres puntos:

  1. Ante todo, es el perfeccionamiento de los santos, el crecimiento espiritual de cada uno (Hec. 15:32, 35).
  2. Luego la obra del servicio, la obra que el Señor efectúa mediante sus siervos, mandando y dirigiendo sus trabajos (o actividades).
  3. Finalmente, la edificación del Cuerpo, a la vez la adición de los que aceptan el Evangelio y que son añadidos a la asamblea (Hec. 2:47), así como el crecimiento espiritual colectivo (Hec. 9:21; 2 Tes. 1:3).

El crecimiento de todos los miembros del Cuerpo es presentado con insistencia como siendo el efecto de la acción de los dones. Ligados por el Espíritu a Cristo, la Cabeza, son destinados a ser hechos conforme a él. Cristo ha sido revelado en toda su plenitud y es según esta revelación que deben ser formados. Ningún otro objeto debe distraerlos. El estado del hombre que ha alcanzado «la madurez espiritual» estriba en vivir habitualmente teniendo sus pensamientos y su propósito puestos en Cristo en la gloria (Fil. 3:14; Hebr. 5:14; 6:1). Cristo desea a los suyos la más elevada posición espiritual: “Ser conforme a él”; y tristemente nosotros nos conformamos muchas veces con menos. Esta posición gloriosa se alcanzará solamente cuando él venga. Entonces, aun nuestros cuerpos serán transformados «en la semejanza de su cuerpo glorioso» (Fil. 3:21), pero esta obra se cumple ya progresivamente, en espíritu (2 Cor. 3:18). Si no fuera así, quedaríamos como niños sin discernimiento, expuestos al peligro de dejarnos arrastrar por alguna doctrina astuciosamente propagada por los seductores.

En contraste con este engaño, estamos exhortados a ser verdaderos «en amor». No se trata solamente de amar en verdad (1 Juan 4:18), sino que hablemos y vivamos a la vez en verdad y en amor. El amor y la verdad encuentran su perfecta expresión en Cristo, quien es la fuente para nosotros. Asirlas, sin separarlas, nos hace crecer hacía él. Esto nos hace comprender que, para todos los miembros del Cuerpo, la misma gracia fluye de él que es el Jefe, la Cabeza. Esta gracia se transmite también de los unos a los otros. Las ligaduras[1] sujetan firmemente los miembros entre sí y las coyunturas permiten el paso de los canales de comunicación y de alimento. Cada parte ocupa su lugar y provee su contribución al crecimiento del Cuerpo. Este crecimiento no ocurre de una manera mecánica o inconsciente. Cuando la gracia de Cristo obra para dirigir los afectos hacía él, todo es puesto en su sitio. Y el Cuerpo, bien unido, se edifica en un movimiento en el que todo egoísmo o competencia quedan excluidos, de manera que cada uno aprovecha la gracia suministrada por el otro, lo que corresponde al efecto práctico del amor, sin el cual no hay crecimiento.

[1] Las ligaduras y las coyunturas significan aquí las funciones que estriban en sostener, servir, y alimentar los miembros del Cuerpo. Ellas son efectivamente aseguradas al nivel de las articulaciones del cuerpo humano.

Este maravilloso cuadro del funcionamiento harmonioso del Cuerpo de Cristo puede parecernos idílico en presencia de todas nuestras faltas. El Espíritu de Dios describe aquí el resultado de lo que Cristo da a su Cuerpo, de lo que resulta de él. Otro tema es nuestra responsabilidad de hacer uso de una forma que contribuya efectivamente al bien del conjunto; a esta responsabilidad corresponden las exhortaciones del apóstol: «Que todo se haga para edificación» y «con amor» (1 Cor. 14:26; 16:14).

2 - Caracteres generales de la conducta de los creyentes – Efesios 4:17 al 5:2

2.1 - No vivir más como incrédulos: versículos 17-19

Al describir las ricas bendiciones que Cristo reparte entre los suyos, el apóstol no pierde jamás de vista la condición práctica actual de los creyentes, ni los peligros a los cuales están expuestos. La primera de las exhortaciones que les presenta aquí –y lo hace con mucho énfasis– es que no anden más como los otros gentiles. Otrora habían andado, «siguiendo la corriente de este mundo» (2:2). Ahora, que ya han conocido a Cristo y que los ojos de su corazón han sido alumbrados (1:18), hay un gran contraste entre su antigua y su nueva posición. ¿Podrían, de una u otra manera, volver a la antigua? El apóstol no lo supone, pero esta exposición queda como una advertencia seria con respecto a los escollos que hay que evitar.

2.2 - Aprender a Cristo: versículos 20-24

Los creyentes han recibido todo de Cristo y son ligados a él, pero además han sido enseñados y han de poner en práctica lo que han aprendido. Hace falta anotar aun que esta enseñanza no es una doctrina solamente[2] en palabras, es conocer, apropiarse una persona: habéis «aprendido así a Cristo» y esto marca toda la diferencia con el estado de los hombres del mundo a los cuales Pablo se acaba de referir.

[2] La sana doctrina (o enseñanza) nos ha sido comunicada por medio de “palabras enseñadas por el Espíritu”, escritas en las Santas Escrituras, la Palabra inspirada por Dios. Ella nos ha sido dada bajo una forma precisa para ser recibida, comprendida y obedecida:

  • «¿No te he escrito tres veces en consejos y en ciencia, para hacerte saber la certidumbre de las palabras de verdad?» (Prov. 22:20-21).
  • «Habéis venido a ser obedientes de corazón a la forma de doctrina en la que habéis sido instruidos» (Rom. 6:17).
  • Pero, para ser útil, esta enseñanza debe ir «mezclada con fe» en los que oyen la palabra (Hebr. 4:2). La palabra actúa en los que creen (1 Tes. 2:13); ella obra por el amor (Gál. 5:6) y hace vivir Cristo en nosotros. Pablo escribe: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gál. 2:20).

Tal vez algunos habían carecido de enseñanza; es por eso que les dice: «Si en verdad oísteis de él y fuisteis enseñados por él, conforme a la verdad que hay en Jesús» (v. 21-22). Él es la verdad, la perfecta expresión de la vida divina en el hombre. Esta vida les ha sido dada y Cristo es el perfecto modelo de ella.

La enseñanza recibida por la fe en la Palabra de Dios ofrece dos aspectos que se completan:

  • La primera manera de vivir que ellos habían practicado otrora, es decir, todo lo que «el viejo hombre» es capaz de hacer, el hombre natural, nacido de Adán, lo que cada hombre es por nacimiento. Este viejo hombre no puede ser mejorado; si obra, «se corrompe según los deseos engañosos». Dios ha puesto sobre él la sentencia de muerte que Cristo ha sufrido en la cruz.
  • Por otra parte, Dios ha dado a los creyentes una vida nueva. Mediante el nuevo nacimiento participan de la naturaleza divina. Se trata de un nuevo hombre, cuyos caracteres están en contraste completo con el «viejo hombre». Es creado según Dios, en justicia y santidad de la verdad. Esta es la vida de Cristo así descrita.

Entonces el apóstol quiere que nos despojemos, como de un vestido sucio, de este viejo hombre incorregible y que nos vistamos del nuevo hombre, es decir, de Cristo. Así se realiza el renuevo de nuestro entendimiento, de nuestra inteligencia, para que andemos conforme al modelo que él nos ha dado. Este cambio resulta de lo que hizo Cristo. En Romanos 6 leemos la consecuencia de nuestra identificación con Cristo en su muerte. Se trata de la enseñanza de la gracia que obra prácticamente para llevar a cabo este cambio. La gracia instruye a los que son ligados a Cristo, un Cristo glorificado, el mismo que aquel que anduvo en la tierra.

El nuevo hombre es una nueva creación (2 Cor. 5:17), conforme a la imagen, al modelo de lo que es Dios: «Justicia y santidad de la verdad». Adán no tenía este carácter: en la inocencia, no tenía el conocimiento del bien y del mal. Después de la caída, habiendo adquirido este conocimiento, era esclavo del pecado. Ahora, la vida divina comunicada al creyente practica el bien y discierne el mal del cual se separa.

Esta vida se caracteriza por:

  • la justicia, lo que es justo y complace a Dios;
  • la santidad, la separación del mal; el bien y el mal los cuales se disciernen según la verdad. Esta es la expresión perfecta del verdadero carácter de todas las cosas y de sus relaciones entre ellas ante Dios. Cristo, hombre en la tierra, era absolutamente «la verdad».

2.3 - En la verdad y en la integridad, versículos 25-29

Las exhortaciones presentadas aquí atañen a la conducta personal de los creyentes, pero están en relación con la vida colectiva. Los motivos que el apóstol invoca se relacionan frecuentemente con los lazos que los unen en un solo Cuerpo (v. 25, 28-30). Podríamos tener inclinación a reconocer la unidad del Cuerpo de Cristo como un dogma capital y desconocer los resultados prácticos. A veces, se trata de convencer a los creyentes a unirse en la vida práctica, renunciando al egoísmo individual o colectivo, olvidando que Cristo nos ha, ante todo, hecho miembros de un solo Cuerpo y miembros los unos de los otros.

El Espíritu Santo pone todo en su lugar y nos muestra las relaciones de las diversas partes entre ellas: es la verdad de Dios. Él introduce los caracteres de la vida divina, los cuales tratan no solamente de evitar el mal, sino que persiguen lo que es bueno y provechoso en vista del bien a favor de todos. Es la vida de Cristo manifestada en los miembros de su Cuerpo.

2.3.1 - La verdad: versículo 25

La primera exhortación de este párrafo es muy concreta: «Desechando la mentira, hablad la verdad cada uno con su prójimo».

Si está mencionada en primer lugar, significa que corresponde a un peligro serio. Tengo que reconocer que la mentira –bajo una forma u otra– es una inclinación obstinada de mi malo corazón (Jer. 17:9; 16:12). Es el principio de los «deseos engañosos» del viejo hombre. Si lo tenemos por muerto, ¿cómo podríamos dar lugar a la mentira bajo cualquier forma? Hablar o decir la verdad, en este pasaje, no es solamente que nuestras palabras no sean falsas, sino que expresen lo que es la verdad, tal como nos ha sido revelada en Cristo. En el versículo 2, el apóstol ya nos había exhortado a «soportarnos… en amor», lo que significa que nuestra conducta debe ser la manifestación de la verdad, unida al amor. Y él nos da un motivo que resulta del amor y de la unidad del Cuerpo de Cristo, porque somos «miembros los unos de los otros».

2.3.2 - La ira; la integridad y la entrega: versículos 26-29

El apóstol no excluye cierto tipo de ira: una santa indignación puede manifestarse cara al mal, cuando los derechos de Dios están escarnecidos. El Señor Jesús miró airado a los fariseos (Marcos 3:5). Pero la ira del hombre es una inclinación natural y Santiago exhorta a cada uno de nosotros a ser «tardo para la ira; porque la ira del hombre no cumple la justicia de Dios» (Sant. 1:19-20). Se debe velar para no pecar cuando uno se enoja como resultado de una propia voluntad contrariada, o cuando se manifiesta una animosidad personal. Si, excepcionalmente, uno ha tenido que airarse, entonces hace falta también calmarse rápidamente sin guardar ningún rencor escondido, para no caer en una trampa. No olvidemos que Satanás busca toda oportunidad para hacernos pecar, bien sea por la violencia o por la mentira.

La ausencia del mal, el cual practicaba antes de su conversión, debe ahora caracterizar el comportamiento del creyente, pero mucho más aún. Su nueva naturaleza tiene razones más felices que corresponden a lo que Dios es: luz y amor. Trabajar con sus propias manos, hacer grandes esfuerzos, no tiene solamente como propósito ganar su vida sin quitar el bien a otros, sino también poder ayudar a los que carecen de lo necesario y que están en la imposibilidad de proveer a sus necesidades.

La gracia que viene de lo alto se comunica mediante los diversos medios que el amor sabe emplear. Ella trata de hacerlo por medio de bienes y de las necesidades materiales. Ella se manifiesta también mediante los afectos y las necesidades espirituales. Es, pues, de suma importancia velar sobre nuestras palabras. Palabras que no convienen o malintencionadas harán daño. Pero, al contrario, palabras sanas, que proceden de un corazón nutrido por la Palabra de Dios, contribuirán al aliento y a la mutua edificación.

2.4 - Como hijos amados, versículo 30 al capítulo 5:2

2.4.1 - No contristéis al Espíritu Santo: 4:30

  • Después de haber mostrado los efectos de la vida divina en los creyentes, el apóstol añade ahora otro poderoso motivo a sus exhortaciones. Ha recordado a los creyentes en Éfeso que después de haber creído, fueron sellados por el Espíritu Santo de la promesa (1:13). Es el mismo acto divino que hizo de ellos miembros del Cuerpo de Cristo. El Espíritu mora en cada hijo de Dios y lo hace consciente de su relación con el Padre. Su presencia también asegura que nuestro cuerpo mortal resucitará (Rom. 8:11, 16). El día de la redención mencionado aquí (v. 30) es el día de la «liberación» (o adopción) de nuestro cuerpo (Rom. 8:23), mediante la resurrección de entre los muertos a la venida del Señor.
  • No entristezcamos pues a nuestro huésped divino, que mora en nosotros, con todo lo que en nuestra conducta sería incompatible con su santidad. Su presencia comunica «fortaleza, amor y sensatez» (2 Tim. 1:7), pero si lo entristecemos, no tiene la misma libertad para anunciarnos lo que es de Cristo (Juan 16:14) y deberá dedicarse a reprendernos.

2.4.2 - La benignidad y el perdón mutuo: 4:31-32

El versículo 31 enumera una serie de debilidades en los pensamientos o en las palabras que contristan al Espíritu de Dios. Tal vez podríamos encontrar disculpas fáciles, pero debemos evitarlas, guardándonos de toda ligereza. He aquí, en contraste, lo que es el pensamiento de Dios: la bondad para con los demás, el interés que toma parte de sus penas, la disponibilidad en perdonar. ¿No nos ha mostrado Dios todos estos caracteres de una manera maravillosa al enviar Cristo a salvarnos? Su bondad se manifestó, (Tito 3:4), sus compasiones (o misericordias) se han evidenciado para con nosotros (Rom. 12:1) y él mismo nos perdonó todos nuestros pecados (Col. 2:13).

Cuando pensamos en la gracia de la cual somos los objetos, ¿cómo podríamos retener en nuestros pensamientos alguna queja en contra de nuestros hermanos? El apóstol vuelve a insistir sobre la exhortación referente al perdón mutuo en sus epístolas. Haciendo esto, repite la enseñanza del Señor Jesús en los evangelios. Si nos cuesta perdonar alguna ofensa, leamos otra vez la parábola de los dos siervos de Mateo 18:21-35. Y si alguien dijera: He perdonado, pero no he olvidado –que esta persona tenga en cuenta que el perdón de Dios se expresa así: «Y de sus pecados e iniquidades no me acordaré más» (Hebr. 10:17). Sin duda, no tenemos la capacidad de olvidar como Dios, no obstante, él nos invita a imitarlo.

2.4.3 - Imitadores de Dios: 5:1

Al formular estas exhortaciones a aquellos en quien mora el Espíritu de Dios, el apóstol describe los caracteres que son los de Dios mismo manifestados en Cristo. Él no va a pararse aquí y hacer una pausa para admitir que se trata de un objetivo demasiado elevado para nosotros. Muy por lo contrario, él eleva aún nuestras miradas. Ya que el Espíritu de Dios mora en nosotros, creyentes, somos hijos, hijos que Dios ama. Tenemos que llevar los caracteres de nuestro Padre. «Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados, y andad en amor». ¿Existe algo más suave y más penetrante que tal llamamiento? Refleja toda la dulzura de un Padre para con sus hijos; alcanza profundamente nuestros corazones y nos humilla al hacernos comprender cuán poco respondemos a este amor divino. No obstante, «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom. 5:5).

2.4.4 - Andad en amor: 5:2

Pablo desarrolla sus exhortaciones apoyándolas en los dos caracteres esenciales de Dios: el amor y la luz, pero este tema no se puede extender sin que Cristo estuviera inmediatamente presentado. Ya en el versículo 32 del capítulo 4, leemos: «Como también Dios os ha perdonado en Cristo». Todo lo que Dios es para con nosotros nos ha sido manifestado en Cristo. Todo lo que su gracia quiso darnos ha sido por medio de Cristo, por su cruz. El apóstol nos dice: «Andad en amor». Cristo es el modelo: «como también Cristo nos amó, y sí mismo se entregó por nosotros». Estas últimas palabras estremecen de agradecimiento nuestros corazones.

Para que pudiéramos tenerlo a él como modelo, hizo falta primeramente que fuese nuestro salvador. Al entregarse por nosotros, él nos dio la vida, con la capacidad de imitarle, pues él es nuestra vida (Col. 3:4). Vestir el nuevo hombre, es vestir a Cristo (Rom. 13:14; Gál. 3:27) y aprender a Cristo (4:20). Miremos a Jesús en su andar y dejémonos penetrar por su amor incansable que le hacía ir de un lugar a otro haciendo el bien, sin hacer caso de la incomprensión o de la contradicción. Él no quiso agradarse a sí mismo (Rom. 15:3).

Tal renunciamiento es un modelo inaccesible, se oirá decir. No obstante, Pablo sigue más adelante: Cristo se entregó como «ofrenda y sacrificio a Dios, de olor fragante» (v. 2). Digámoslo claramente que esta es la expresión de su perfección absoluta, inimitable, en su entrega hasta la muerte [3]. Él solo debía y podía entregarse así por otros como ofrenda a Dios sin mancha (Hebr. 9:14). El Espíritu de Dios nos detiene para contemplar y adorar a aquel que glorificó así a Dios, para hacernos entrar en el pensamiento de Cristo. Nadie fue conmovido de compasión como él en presencia de la miseria y de las necesidades de los hombres [4] que él había venido a visitar, pero su amor tenía un motivo y un propósito mucho más elevados: había venido de Dios y actuaba a favor de los hombres para la gloria de Dios. Que Dios nos otorgue el tener esta sensibilidad en cuanto a las necesidades humanas se refieren, a las de nuestro prójimo, mirando a Cristo para agradarle a él. Él nos enseñará cómo responder a estas necesidades según nuestra medida, en amor.

[3] Esta perfección personal de Cristo, de la cual Dios aprecia «el olor fragante», es particularmente puesta en evidencia, entre los sacrificios levíticos, por el holocausto y la ofrenda vegetal.

[4] Numerosos son los que admiran la devoción de Cristo y quisieran hacer de él su modelo de una filantropía activa, objetivo supremo al cual todos los hombres, creyentes e inconversos deberían colaborar. La influencia de su vida y de su enseñanza ha tenido buenos efectos mucho más allá de los que han creído en él, pero no olvidemos que, para seguirle, es menester primeramente haberlo recibido como Salvador y luego mirar hacia él para agradar a Dios.