Obrar con espíritu de gracia


person Autor: Alexander Hume RULE 2


«Por lo cual, enderezad las manos caídas y las rodillas que titubean, y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se desvíe, sino sea más bien sanado». (Hebreos 12:12-13)

La gracia nos lleva a ayudar a los que son débiles y se extravían. Por otro lado, nos llevará a tener cuidado de sí mismos, a seguir «sendas derechas», no sea que los cojos se desvíen. Hay cojos en el rebaño, y no están bien; pero el látigo no sería un remedio para ellos. Esa no es la manera de Dios. Actúa con nosotros con gracia y nos ayuda en nuestras debilidades. O si nos corrige, cuando es necesario, es «para que participemos de su santidad» (v. 10). ¿Qué pensaríamos de un pastor que usara un látigo con una pobre oveja, débil y coja? Sin embargo, esto es común en medio del rebaño de Cristo: ¡El látigo en lugar de gracia! La Palabra de Dios declara: «Para que lo cojo no se desvíe, sino sea más bien sanado».

El látigo no curará ni producirá santidad. Solo la gracia puede hacer ambas cosas; por eso se añade: «Cuidando que nadie esté privado de la gracia de Dios» (v. 15a). Si pierdo la noción de esta gracia según la cual Dios actúa siempre conmigo, no la manifestaré hacia mis hermanos. ¿Y quién puede decir las pérdidas y daños que esto causará a los creyentes? Surge alguna raíz de amargura, seguida de problemas (v. 15b). ¡Qué tristeza se causa a veces en la Asamblea de Dios, simplemente porque alguien ha carecido de la gracia de Dios y ha actuado con un espíritu legal, en lugar de hacerlo con el Espíritu de Cristo! O se ha pronunciado una palabra y se ha sembrado una mala semilla en un corazón; entonces crece hasta convertirse en alguna «raíz de amargura» que brota y contamina a muchos. Tal conducta es ciertamente muy triste, muy contraria al Espíritu de Cristo.

Debemos concienciarnos en lo más profundo de nuestras almas que somos salvados por la gracia, que estamos en pie por la gracia, y que es esta gracia la que necesitamos para cada etapa del camino, hasta el final. No olvidemos que estamos llamados a vivir, y a actuar los unos con los otros, en el poder de la misma gracia con la que Dios ha actuado, y sigue actuando, con nosotros mismos.


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