Velemos


person Autor: A. N. 1


(Nota del copista: este documento fue escrito por un hermano en España y publicado en una revista cristiana en el año 1953, pero su validez es actual y para todos los creyentes en todas partes, que desean hacer la voluntad del Señor)

Es únicamente al ser reunidos al solo Nombre del Señor Jesús, ¿o mejor dicho: «hacia» su solo Nombre (Mat. 18:20), al reconocer su sola autoridad y al admitir por única guía la del Espíritu Santo (1 Cor. 12:13) como los creyentes podemos congregarnos según la Palabra de Dios. Con este fin, el Señor nos llama a salir hacia Él «fuera del campamento» (Hebr. 13:13) para separarnos de toda iniquidad y andar con aquellos «que de corazón puro invocan al Señor» (2 Tim. 2:22), es decir, obedeciendo plenamente a sus enseñanzas. Semejante posición será forzosamente mal comprendida por el mundo religioso; pero –y queremos hacer énfasis sobre este punto– la posición de los creyentes que se han apartado de este modo no es, bajo ningún concepto, la de un separatismo orgulloso y engreído. Somos conscientes de nuestras debilidades y de nuestras faltas y, si por obediencia primordial a la Palabra del Señor, nuestra comunión no puede extenderse a todos los creyentes sin distinción, en cambio, nuestro amor hacia ellos no tiene límite y llevamos a todos los demás creyentes, miembros del único Cuerpo de Cristo, en nuestros corazones.

Esta separación es motivada por el hecho triste y lamentable de que las denominaciones o “sistemas” organizados de la cristiandad rechazan de plano o modifican una o varias partes de la verdad revelada. Siendo esta verdad un conjunto homogéneo, un todo inquebrantable, si abandonamos una sola verdad o parte de ella –aun cuando tuviéramos todas las demás– no poseeríamos «la Verdad». Sabemos que la Asamblea o Iglesia de Dios es «columna y cimiento de la verdad» (1 Tim. 3:15), y ¿cómo la realizaremos aquí de modo práctico si no estamos congregados según las enseñanzas de toda la Biblia?, ya que la Palabra de Dios es la verdad (Juan 17:17), y el obedecerla nos purifica (1 Pe. 1:22).

En su infinita gracia y desde hace mucho tiempo, el Señor ha suscitado en España un Testimonio conforme a sus designios y lo ha sostenido a través de las pruebas y repetidos ataques del Enemigo: todos conservamos en nuestros corazones el recuerdo de hermanos muy queridos –ahora en la presencia del Señor– los cuales han sido fieles siervos e instrumentos de mucha bendición para la manada pequeña.

Ahora, es a una nueva generación que incumbe la responsabilidad del Testimonio. Roguemos al Señor, queridos hermanos, para que nos mantenga fieles. Acaso, ¿no corremos el riesgo, al relajar la vigilancia, de debilitar aquel Testimonio tan precioso a los ojos de Dios? Velemos, pues, según nos exhorta a ello la Palabra (Mat. 26; Marcos 13; 1 Pe. 5) y no olvidemos que el poder del cual será revestido nuestro testimonio dependerá de una estricta obediencia a toda la Palabra de Dios y de una completa separación con el mundo bajo sus múltiples aspectos: social, político, científico, artístico o religioso, sin dejar por eso de pregonar la Buena Nueva a ese mismo mundo del cual hemos salido; lo cual no deja de constituir un verdadero problema, por cierto, pero cuya solución está en Cristo (1 Juan 5).

Velemos… y mantengámonos fieles en los detalles de nuestra vida cotidiana: delante del Señor, para con nuestros hermanos, frente al mundo, estando llenos de humildad y de amor según Dios. Seamos leales en la asamblea, en nuestra marcha colectiva y antepongamos la obediencia a la Palabra antes que cualquier otro asunto.

Guardémonos del mundo; al unirnos con él, no podremos vencerlo y nos constituiremos «enemigos de Dios» (Sant. 4:4). Guardémonos de nuestros propios corazones, juzgándonos diariamente a fin de que el Espíritu Santo pueda obrar libremente en nosotros y guiarnos en todo.

VelemosLeamos y meditemos la Palabra de Dios bajo la mirada del Señor, día tras día, individualmente y en el círculo familiar: es nuestra común salvaguardia contra los ataques del adversario merodeando alrededor nuestro y dispuesto a aprovechar cualquier descuido nuestro (1 Pe. 5:8-9). Algunos versículos leídos con oración regocijarán nuestros corazones en medio de nuestros quehaceres.

El señor conoce nuestras dificultades; no nos pide que hagamos algo por encima de nuestras fuerzas, él quiere nuestros corazones. Además, la Palabra de Dios nunca se dirige a los sentimientos humanos: quiere obrar en los corazones y en las conciencias. No seamos como el pueblo de Israel del cual se dijo. «Este pueblo con los labios me honra, pero su corazón está lejos de mí» (Mat. 15:8).

Velemos y oremosSuban continuamente nuestras oraciones y acciones de gracias delante del trono de nuestro Dios y Padre. Oremos intercediendo los unos por los otros, supliquemos por las asambleas, por nuestros hermanos y hermanas aislados, por nuestros hijos y parientes inconversos, para que se extienda el glorioso Evangelio, por los pobres y afligidos… Oremos.

La oración es el arma del combate de la fe; está siempre a nuestra disposición; como se ha escrito, ella es “la respiración del alma”. Imitemos a Epafras, siervo de Cristo, «siempre luchando por vosotros en sus oraciones» (Col. 4:12).

Si velamos, estando al servicio del Señor, nuestros corazones estarán llenos de la paz de Dios que «sobrepasa todo entendimiento» (Fil. 4:7), y de un gozo de mucho superior a todo lo que el mundo pudiera ofrecernos, muy superior aún al gozo que nos pudieran traer las circunstancias de la vida, porque aquél será celestial y tendrá su vivo manantial en Cristo mismo.

Amados hermanos, ha tocado para nosotros, la hora del servicio y del testimonio. Es solo en la tierra que nos es brindada la oportunidad de poder ser, cual antorchas en medio de la noche, testigos del Señor; y esta oportunidad no la tendremos más que una sola vez. ¡No la dejemos escapar! «La noche viene cuando nadie puede trabajar…» (Juan 9:4).

Pronto ya no se nos pedirán semejantes frutos; cuando estaremos en la gloria con el Señor para siempre, nuestra porción eterna será entonces la adoración.

Que esta esperanza nos santifique y nos anime a seguir velando, negociando nuestros «talentos», sean pocos o muchos, en espera de Su venida.

«Y al que os puede guardar sin caída, y presentaros sin mancha ante él, con gran alegría, al único Dios, nuestro Salvador, mediante Jesucristo nuestro Señor, ¡sea gloria, majestad, dominio y autoridad, desde antes de todo siglo, ahora y por todos los siglos! Amén» (Judas 24-25).


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