La parábola de los tres amigos

Lucas 11:5-8


person Autor: Christian BRIEM 18

flag Temas: La oración Las parábolas

(Fuente autorizada: biblecentre.org)


1 - Introducción

Dios responde a nuestros ruegos de diferentes maneras. A veces él nos deja orar por largo tiempo, por una misma cosa. Él lo hace para probar nuestra fe y nuestra perseverancia. De vez en cuando, él acoge nuestra oración inmediatamente. Cuando Daniel se humilla delante de Dios, en el capítulo 9 de su libro, la respuesta viene mientras esta orando (v. 21). Mas en otra circunstancia, veremos a Daniel en aflicción (con dolor) «tres semanas enteras» antes de recibir una respuesta (Dan. 10:2). Al posponer la respuesta, Dios quiere llevarnos a realizar una plena comunión de pensamientos con él. Porque la perseverancia en la oración hace más profunda la comunión con Dios y la conciencia de nuestra dependencia de él.

Hay casos en los que debemos pedir con perseverancia e incluso tenacidad, mientras que en otros debemos dejar de orar. Esto es lo que el apóstol Pablo tuvo que realizar para sí mismo. Había rogado tres veces al Señor que le quitara el «aguijón en su carne». Pero el Señor le hizo comprender que no era su voluntad; le dijo: «Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Cor. 12:9). Del mismo modo, para que Moisés pudiera pasar por la tierra prometida, el Señor le respondió: «Basta, no me hables más de este asunto» (Deut. 3:26).

Estos contrastes en la forma en que Dios responde a nuestras oraciones pueden ser un tema difícil para nosotros. Sin embargo, todavía necesitamos fe, ya sea que Dios nos escuche inmediatamente o nos haga esperar mucho tiempo. Sin la operación de la fe, las oraciones contestadas rápidamente podrían llevarnos a la independencia. Si Dios siempre nos contestara de esta manera, no sería por nuestro propio bien. Por otra parte, si la fe es necesaria para perseverar en la oración, es igualmente necesario dejar de orar por tal o cual cosa, y dejar que Dios actúe de acuerdo con sus propios caminos. La apacible sumisión a la voluntad de Dios, aunque no sea según su pensamiento concedernos lo que le hemos pedido, solo puede lograrse con plena confianza en su bondad y sabiduría.

Así, la verdad tiene muy a menudo varios aspectos. Que se trate de la oración o de algún otro motivo, debemos guardarnos de dar a un aspecto de la verdad una importancia que nos esconda otros. ¡Qué Dios nos dé un santo equilibrio!

Dos parábolas nos enseñan el valor de la oración insistente y perseverante: la de los tres amigos en Lucas 11, y aquella de la viuda y del juez injusto en Lucas 18. Nos concentraremos más especialmente sobre la primera, allí veremos a un hombre dirigir una petición a un amigo en favor de otro de sus amigos, que llegó al improvisto de su viaje.

Al principio del capítulo 11, Lucas nos presenta al Señor en oración, en la actitud del hombre perfectamente dependiente de su Dios. Estimulados por el ejemplo del Maestro, los discípulos parecen discernir la importancia de la oración, y uno de ellos le pide: «Señor, enséñanos a orar». El Señor responde a esta petición que le han formulado, enseñándoles la oración del Padre nuestro. Una maravillosa oración perfectamente adaptada a su situación. Los discípulos no se encontraban aún en la posición cristiana, el Señor no había pasado todavía por la muerte y la resurrección. Como judíos de aquella época, eran incapaces de comprender las demandas específicamente cristianas. Esta oración que enseña el Señor, tenía una aplicación literal al remanente judío de entonces, y ella lo tendrá de nuevo al remanente judío en los días futuros. No obstante, ella contiene principios morales que son valederos en todos los tiempos.

Para concluir sus enseñanzas, el Señor añade la parábola de los tres amigos, cuyos rasgos son particularmente vivos. Encontramos paralelismos y contrastes entre la manera en que Dios y el hombre actúan.

2 - El amigo que pide

La parábola nos presenta primero al amigo que hace una petición. No pide para sí mismo, sino por otro, cuyas circunstancias explica y por el que intercede. Ciertamente, podemos animarnos mutuamente a realizar estos dos tipos de oraciones: por nosotros mismos y por los demás. Ambos son justos y necesarios. Miremos más allá de nuestras propias circunstancias y tengamos cuidado de no descuidar la oración por los demás. Las epístolas nos exhortan: «Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos; y por mí» (Ef. 6:18). «Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad» (1 Tim. 2:1, 2).

Lo que nos sorprende particularmente en la parábola es la concisión de la oración. El demandante no hace un largo discurso a su amigo, sino que expresa su petición de manera clara y precisa: «Amigo, préstame tres panes». Pide exactamente lo que necesita. ¡Qué lección para nosotros! Especialmente cuando oramos en público, debemos esforzarnos por expresarnos de una manera precisa y concreta, y evitar perdernos en abundantes y vagas consideraciones. Hacerle un discurso a Dios cuando estamos de rodillas es lo opuesto de lo que el Señor nos enseña aquí. No siempre se pueden evitar las oraciones de carácter general; pero tengamos cuidado de que una oración por un tema específico muestre un interés más profundo por la persona o cosa mencionada.

La urgencia de la petición se subraya en la parábola por el hecho de que la persona que hace la petición llega a la puerta de su amigo a una hora indebida. Él mismo es demasiado pobre, o es temporalmente incapaz de alimentar a su amigo que ha llegado de un viaje. Confiado en su amigo que puede ayudarlo, llama a su puerta alrededor de la medianoche. Él no se deja impresionar por su negativa como por sus explicaciones. Incluso si la puerta ya está cerrada, sigue llamando hasta que obtiene lo que pide.

Dios se complace en el hecho de que sus hijos muestren, en sus oraciones, una cierta insistencia, o incluso tenacidad. Encontramos este pensamiento en los profetas: «Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua…» (Is. 62:6, 7). ¿No demostró Abraham ya tenacidad cuando intercedió ante el Señor por la ciudad de Sodoma, y gradualmente redujo el número posible de los justos que estaban allí? (Gén. 18:22-33). Tal insistencia en la oración honra al Dios Todopoderoso.

La humilde confesión de nuestra propia debilidad es una condición importante en una oración agradable a Dios. El que vino a pedir tres panes era consciente de su miseria, de su incapacidad para ayudar a su amigo hambriento; y por eso le habla a su amigo que es más rico que él. Tampoco nosotros podemos apoyarnos sobre nuestros propios recursos para alimentar a las personas hambrientas que nos rodean, ya sean las necesidades de los pecadores perdidos o las de los hijos de Dios. Sin embargo, conocemos a Aquel que es rico –también rico en misericordia– nuestro Dios y Padre. ¡Vayamos con él cuando necesitamos pan para nosotros mismos y para los demás!

3 - El amigo que recibe la petición

En la aplicación de la parábola, hay claros paralelismos entre el amigo que pregunta y la actitud que se nos recomienda. Es diferente si consideramos al amigo rico a quien se dirige la petición. ¡Qué contraste entre su actitud y la forma de actuar de Dios! ¿Sería concebible que pudiéramos venir a Él en un momento que le moleste? Sería posible que nos dijera: «¡No me molestes, la puerta ya está cerrada!» ¿O que alegue alguna excusa para enviarnos de vuelta? ¡Mil veces no! «He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel» (Sal. 121:4). Le gusta dar y da más de lo que le pedimos. Es siempre accesible y no tenemos que preocuparnos por perturbar su descanso. Está escrito en Proverbios: «En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia» (17:17). Estas palabras se aplican especialmente a nuestro Señor.

La razón por la cual la petición es concedida, en la parábola, está también en marcado contraste con la forma de actuar de Dios. El amigo al que se dirige la petición no solo está perturbado en su descanso, sino que también tiene sentimientos egoístas y poco amables hacia su prójimo. Es por eso que primero lo rechaza. Entonces, para evitar ser molestado por más tiempo por su insistencia, se levanta y le da lo que necesita. Él se lo da, no porque sea su amigo, sino por su importunidad. Pero Dios no da por tales motivos y de esta manera. Nuestro Padre está lleno de amor y bondad. Le encanta bendecirnos, y bendice sobreabundantemente a aquellos que, con toda confianza, acuden a él con sus necesidades.

Si la perseverancia conduce al objetivo, cuando es dirigida a un hombre, que solo ve en ella la importunidad, ¡cuánto más Dios responderá a las llamadas perseverantes de sus hijos, que confían en Él!

Después de la parábola, el Señor añade: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá» (Lucas 11:9-10). Es un estímulo para dar a nuestras peticiones este carácter de oración instantánea al que Dios ama responder.

Las dos parábolas de Lucas 11 y 18 nos muestran el inmenso contraste entre el hombre y Dios. El juez inicuo se ve obligado a cumplir con la petición de la viuda oprimida, pero lo hace para que ella no le rompa la cabeza con sus gritos incesantes. El hombre egoísta se ve obligado a levantarse en medio de la noche para satisfacer las necesidades de su vecino, pero solo lo hace a causa de su importunidad. Al contrario, a Dios le gusta esparcir su bendición sobre aquellos que le rezan con seriedad, perseverancia y fe.

La viuda fue al juez para presentar su propio caso. El amigo, por otro lado, intervino en nombre de su hermano hambriento. Así el Señor nos enseña que podemos orar por nosotros mismos y por los demás hasta que seamos escuchados. Una de estas parábolas ilustra la exhortación: «Pedid, y se os dará»; y la otra, la exhortación «Llamad, y se os abrirá».

Traducción: Denis Valencia P. - 30 Abril 2002

(Extrac. «Le Messager Évangélique»)