El fin de todas las cosas se ha acercado

15 de abril de 2024

«El fin de todo se ha acercado. Sed, pues, sobrios y velad en oración. Ante todo, tened ferviente amor entre vosotros; porque el amor cubre multitud de pecados» (1 Pe. 4:7-8).

1 - ¿Esperamos al Señor?

¿Hasta qué punto somos conscientes de la inestabilidad de las cosas que nos rodean y de su próximo final? ¿Vivimos cada día con el pensamiento del regreso del Señor para llevarse a los suyos y con la conciencia de que todas las cosas avanzan rápidamente hacia su intervención en juicio para instaurar su reino en la tierra?

Tal vez estemos familiarizados con la enseñanza de la Escritura sobre este tema, e incluso seamos capaces de exponerla a otros. Pero, ¿cuál es su efecto práctico en nuestras vidas? ¿No corremos el peligro de volver a caer, de un modo u otro, en la impresión de que todas las cosas seguirán siendo como hasta ahora? Cuando esto sucede, dejamos de esperar el regreso de nuestro Señor, perdemos nuestro carácter de peregrinos y nos comportamos como la gente del mundo. Es cierto que nuestras obligaciones profesionales o las necesidades de nuestra formación movilizan de manera muy poderosa nuestra mente, nuestra atención, nuestras fuerzas y nuestro tiempo. Pero corremos el peligro de consagrar todas nuestras facultades y poner todo nuestro corazón en el éxito, el ascenso y las adquisiciones terrenales.

¡Que la Palabra de Dios nos despierte a este respecto y nos lleve a poner nuestras prioridades en el lugar correcto!

2 - Peregrinos y extranjeros

Pedro escribe a «los que viven como extranjeros en la dispersión» (1:1), es decir, a los creyentes judíos dispersos por las diversas provincias de Asia Menor. Sus circunstancias les ayudaban a cumplir con las 2 características que deben marcar a todos los cristianos. Eran «extranjeros» y «peregrinos» (2:11). Eran «extranjeros» porque su derecho de ciudadanía no estaba en el lugar donde vivían. Su verdadera patria estaba arriba. Eran «peregrinos» porque estaban en camino hacia la Casa a la que serían llevados al regreso del Señor. El recordatorio de que el fin de todas las cosas estaba cerca (4:7) era un estímulo para ellos. Les ayudaba a realizar la exhortación del primer capítulo: «Consolidad vuestros pensamientos, sed sobrios y poned perfectamente vuestra esperanza en la gracia que os es otorgada en la revelación de Jesucristo» (v. 13). En la misma línea de pensamiento, en la Segunda Epístola, después de hablar de la llegada del «día del Señor» en el que «los cielos con gran estruendo desaparecerán, y los elementos, ardiendo, serán disueltos; la tierra y las obras que hay en ella se serán quemadas», Pedro exclama: «¡Qué clase de personas es necesario que seáis en santa conducta y piedad!» (3:10-11).

3 - Queda muy poco tiempo

La fragilidad del mundo que nos rodea se expresa también en la Epístola a los Hebreos. Allí, está más en contraste con Cristo que no cambia, pero el pensamiento es el mismo y se les recuerda enfáticamente a los destinatarios de la Epístola. Los cielos «perecerán, pero tú permaneces; y todos ellos, como una vestidura, envejecerán, y como una vestidura los enrollarás, y serán mudados; pero tú eres el mismo, y tus años no acabarán» (1:11-12). En un contexto ligeramente diferente, se les dice: «Porque tenéis necesidad de paciencia para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, recibáis la promesa. Porque dentro de muy poco tiempo, el que ha de venir vendrá: no tardará» (10:36-37). Se les recuerda la promesa de Dios: «Una vez más sacudiré no solo la tierra, sino también el cielo» (12:26).

Las Epístolas nos presentan la muy próxima venida de nuestro Señor como un acontecimiento preliminar al derramamiento de la ira que ha de venir sobre el mundo. Los apóstoles hablan de los «últimos días», y Juan puede incluso escribir: «Hijitos, es la última hora» (1 Juan 2:18). Es siempre el mismo testimonio: «el fin de todo se acerca».

4 - Consecuencias prácticas: Sed sobrios y velad

¿Qué influencia moral debe tener este conocimiento en nuestras almas? El pasaje de 1 Pedro 4 citado anteriormente nos da varias respuestas. En primer lugar: «Sed, pues, sobrios y velad en oración» (v. 7). La sobriedad es esa tranquilidad y gravedad de ánimo, esa moderación de sentimientos, que produce el Espíritu en nuestros corazones, cuando comprendemos que el fin de todas las cosas está cerca. Es también un espíritu alejado de las influencias venenosas del mundo. Es un espíritu marcado por la seriedad y el temor que resultan del sentido de la brevedad del período presente, y de la conciencia de que los juicios venideros caerán pronto sobre el mundo. A este propósito, podemos recordar las palabras del Señor: «Mirad por vosotros, que vuestros corazones no se entorpezcan con la glotonería, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, y así os llegue de repente ese día como un lazo; porque así vendrá sobre todos los que habitan en toda la tierra. Velad y orad en todo tiempo para que logréis escapar de todas estas cosas que van a suceder, y manteneros en pie delante del Hijo del hombre.» (Lucas 21:34-36). Observaremos que el Señor, al igual que Pedro en su carta, invita a los discípulos a orar constantemente.

La oración tiene lugar en nuestra vida personal con Dios, en nuestra vida familiar y en nuestra vida de asamblea. Que nuestras oraciones estén marcadas por la convicción de que todas las cosas terrenas desaparecerán pronto. Si supiéramos que el final de nuestra vida está cerca, nuestras oraciones tendrían un carácter muy especial. Que así sea también cuando comprendemos que el fin de todas las cosas está cerca. No nos dejemos detener fácilmente por las muchas cosas que nos impiden reunirnos para orar. Aprovechemos todas las ocasiones para derramar nuestro corazón ante Dios, en su presencia.

5 - Teniendo un ferviente amor los unos por los otros

El apóstol añade: «Tened ferviente amor entre vosotros; porque el amor cubre multitud de pecados» (v. 8). Esta exhortación se dirige a los creyentes en sus relaciones mutuas. El apóstol los ve como un grupo de personas llamadas fuera del mundo y no siendo del mundo, igual que Cristo no era del mundo. Antes de su partida, el Señor también animó a los discípulos a amarse los unos a los otros como él los había amado (Juan 13:34). Del mismo modo, el apóstol quiere que se distingan “en todas las cosas” por un ferviente amor mutuo. Pedro, como Juan, ha vivido recordando las exhortaciones del Señor antes de su partida. Guiado por el Espíritu, puede ahora recordarlas a quienes son peregrinos como él. Hablando a sus corazones, pensando en el fin de todas las cosas, les recuerda que el amor cubre multitud de pecados. El amor de Dios ha «cubierto» la multitud de nuestros pecados. Ese mismo amor, que actúa en nosotros por la fuerza del Espíritu, cubrirá los pecados de nuestros hermanos y hermanas. A veces somos suspicaces, duros, criticones, en lugar de tener ese amor que «no se irrita, no toma en cuenta el mal… todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Cor. 13:5-7). Entonces surgen «celos y rivalidad», y «confusión y toda práctica perversa» (Sant. 3:16). Tomemos, pues, en serio la exhortación del apóstol, sobre todo ahora que aparecen por todas partes muchos signos del fin de todas las cosas. Que Dios nos conceda caracterizarnos por este amor ferviente y hacer todo lo posible para lograr la unidad práctica de los hijos de Dios, mientras esperamos fielmente el regreso de nuestro Señor.

Traducido de «Le Messager Évangélique», año 2015, página 167


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