Mas tuve por necesario enviaros a Epafrodito, mi hermano y colaborador y compañero de milicia, vuestro mensajero, y ministrador de mis necesidades.
Sabemos poco de Epafrodito, solo se nos da un breve bosquejo acerca de su persona y servicio, pero lo que se nos dice es bello y grato. No leemos que haya sido un gran predicador o un gran misionero o un maestro muy perspicaz, pero en el emocionante relato que encontramos en Filipenses, leemos que se puso al frente en un tiempo de verdadera necesidad –llenó un vacío, una pieza faltante en el servicio de los filipenses.
Los amados filipenses se habían propuesto en sus corazones enviar una ayuda al anciano apóstol que estaba en prisión en Roma. Él tenía grandes necesidades y deseaban suplirlas. Así que, por un lado, estaba la ofrenda de los creyentes en Filipos y, por el otro, estaba el amado apóstol encarcelado en Roma. En aquellos días no era fácil viajar desde Filipos a Roma. Pero Epafrodito se puso a disposición para hacer lo que fuese necesario. No quería hacer algo llamativo, algo que lo hiciese prominente entre los hermanos y que generase que su nombre fuese reconocido en el extranjero. Hay quienes no están felices hasta verse en el principio y el final de todo. No, Epafrodito no era uno de estos, pues se contentaba solo con llenar un nicho vacío; prestar un servicio necesario; cumplir la obra preparada por la mano del Maestro.
Evidentemente, Epafrodito había estudiado en la escuela de Cristo. Se había sentado a los pies del Maestro y había bebido largamente de su espíritu. De otra manera no hubiera aprendido tales santas lecciones de atenta abnegación y amor hacia los demás. Alguien que piensa mucho en sí mismo le ahorra a los demás la molestia de pensar en él. Este humilde siervo de Cristo puso su vida a los pies de su Maestro, pero su nombre nos ha sido preservado por la pluma inspirada del apóstol, y millones de personas aún leen el relato de su precioso servicio.
C. H. Mackintosh