Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.
Podemos preguntar: si abrazamos de todo corazón la gran verdad de que somos participantes del llamamiento celestial, ¿cuál será el efecto práctico en nuestra vida? ¿No vemos en la historia de los patriarcas lo que, en la práctica, fluye de la fe en esta verdad? Esto lo vemos relatado vívidamente en Hebreos 11:13-16. En Abraham vemos a alguien que fue llamado a salir hacia una tierra que recibiría posteriormente. Tenía la promesa de una patria mejor, es decir, una celestial. Junto con Isaac y Jacob, ellos vieron por fe esta patria celestial a lo lejos, y se aferraban de corazón a la promesa de ese país.
Los resultados fueron: primero, se convirtieron en extranjeros y peregrinos en la tierra. Ellos vieron al Rey en su hermosura y la tierra que está a lo lejos, y sus vínculos con la ciudad celestial hicieron que sus lazos con la tierra se rompieran. En segundo lugar, al ser extranjeros y peregrinos, ellos se convirtieron en verdaderos testigos para Dios en este mundo, tal como leemos: «Porque los que esto dicen, claramente dan a entender…» (v. 14). No fue simplemente lo que dijeron con sus labios; sus vidas eran las que hablaban a quienes los rodeaban. En tercer lugar, al ser testigos fieles, ellos huían de las trampas del enemigo, que buscaba hacerlos volver al mundo, ofreciéndoles oportunidades para volver –al declarar claramente que buscaban una patria, y rechazando toda oportunidad de volver al mundo.
¡Qué ejemplo maravilloso tenemos en estos destacados personajes del Antiguo Testamento! De una forma mucho más directa, el llamamiento celestial nos ha sido abierto desde que Cristo vino a hablarnos de las cosas celestiales. Él murió para asegurarnos el cielo y hacernos aptos para tan excelso lugar. Somos llamados para el cielo y hechos participantes del llamamiento celestial. Sin embargo, bien podemos desafiar nuestros corazones y preguntarnos: ¿Hemos abrazado el llamamiento celestial?
Hamilton Smith